‘Hombres’ de Angelika Schrobsdorff
Hombres (1961) es la primera novela de la autora alemana, hija de madre judía, Angelika Schrobsdorff (1927). Una obra provocadora para la época por presentar a una narradora en primera persona que cuenta sus relaciones con los hombres.
Varios años después de escribir Hombres (Die Herren en su título original), novela provocadora para la época por presentar a una narradora en primera persona que cuenta sus relaciones con los hombres; relaciones en las que ella muestra un gran poder y dominio en ocasiones (que finalmente es independencia y liberación), la autora escribe una novela autobiográfica titulada Tú no eres como otras madres (Du bist nicht so wie andre Mütter, 1992). Esta segunda novela sería lo que se viene a llamar una autoficción, pues Angelika cuenta allí su vida y la de su madre, sin cambiar los nombres reales de ninguno de los personajes (la primera persona que narra es Angelika y su madre en el libro se llama Else, como efectivamente en la realidad), pero haciendo literatura (y de la buena). En cambio Hombres, su primera novela, se trata más bien de una novela autobiográfica. Aquí la autora toma su vida privada para construir la narración pero se esconde, al mismo tiempo, en el personaje de Eveline. No me sorprende: la autoficción es un género más posmoderno en el sentido de que puede poner en duda qué es un autor, pregunta que se hizo Foucault en 1969.
Por el contrario, cuando Schrobsdorff escribe Hombres, ni siquiera existía todavía el famoso Roland Barthes por Roland Barthes. Sin embargo, con estas dos obras de la autora alemana pasa algo muy curioso: en Hombres los personajes de su hermana y su cuñado, por ejemplo, llevan los nombres reales de esas personas, y por lo tanto, los nombres de esos mismos personajes de Tú no eres como otras madres. Lo mismo sucede con Yonka (figura femenina muy importante en la vida de Angelika, como una especie de cuidadora/confidente) y con algunos otros. Pero más interesante que hacer un cruce de ambas novelas por las coincidencias nominales (no solo entre ellas sino entre los personajes y las personas reales) puede resultar cruzarlas por los temas que trata, que son fundamentalmente tres a mi modo de leer: la guerra y el exilio; la familia, y sobre todo, la madre o el padre; los hombres y el amor.
La guerra y el exilio
En cuanto comienza la Segunda Guerra Mundial, Angelika Schrobsdorff junto con su hermana Bettina (mismo nombre con el que aparecerá en ambas novelas, como antes fue señalado) y su madre huyen de Alemania hacia Bulgaria. En Hombres lo cuenta así:
Después de tres días de penosa caminata llegamos a Bujovo. Bujovo era una aldea que contaba con unas cuarenta chozas de barro; con una taberna en la que se bebía slibowitz […]; con una escuela que servía para muchos fines, pero muy pocas veces para la enseñanza; con una iglesia que se encontraba continuamente ocupada […]; y con una fuente en medio de la gran plaza de la aldea, que surtía de agua a todo el lugar.
Nos asignaron nuestros cuarteles en casa de la familia Gawriloff, que constaba de una abuela nonagenaria, del padre, de una hija, y de cinco hijos. La familia vivía en una casucha de barro de dos habitaciones: una minúscula entrada con un hogar abierto y un cuartucho aún más diminuto.
Y en Tú no eres como otras madres, la misma escena aparece de esta manera:
Al día siguiente llegamos a Bujovo. Estaba ubicado al pie de una cadena de lomas boscosas, tenía unas cien casas desperdigadas sin orden ni concierto por el paisaje, no había apenas árboles y aún menos calles, solo caminos enlodados que no siempre conducían a una casa. […].
En el centro de la aldea había una plaza, grande y sin nivelar, con un pozo del que se sacaba el agua con panzudos botijos en los hombros. Había también una escuela a la que uno podía asistir siempre que quisiera y no tuviera que realizar otra tarea, un bar donde servían rakia y slivovitz, y una iglesia en la que un pope desaliñado, con un moño greñudo, atendía sus obligaciones.
Else y Angelika encontraron hospedaje en casa de una familia de ocho miembros, compuesta de cinco hijos de entre seis y dieciocho años, una hija de veintidós, un padre y una baba(*) minúscula y jorobada.
* Voz eslava que significa “mujer”, “abuela” nota al pie del original.
Una vez que se instalan en Bulgaria, se asienta el drama del exilio. La lengua cumple un papel primordial para la añoranza. Como dice Emine Sevgi Ozdamar en un maravilloso relato titulado La lengua de mi madre: «En el idioma extranjero, las palabras no tienen infancia». Y donde no hay pasado, no hay persona. La muerte (aunque sea la simbólica) está mucho más cerca de la ausencia de pasado que de la ausencia de futuro. Dice Eveline en Hombres:
Me interesaban mucho más los soldados alemanes. No porque fuesen hombres, sino porque venían de mi patria. Sentía añoranza. Mi más ferviente deseo era conocer a uno de aquellos alemanes y hablar con él en mi propia lengua.
[…].
Por aquella época mi madre conoció a una joven berlinesa […]. Nos invitaba con frecuencia a su casa. Aquellos momentos mitigaban un poco mis añoranzas por la patria.
Y dice un pasaje de la otra novela:
No me puedo imaginar que en una lengua distinta a la materna pueda uno mostrarse como realmente es. Porque uno está orgánicamente imbricado con el idioma, que más que cualquier otra cosa es expresión de la personalidad, lo mismo que es, más que cualquier otra cosa, la clave para acceder a un pueblo y su cultura. Por supuesto, las palabras y la gramática se pueden aprender, pero lo que está en torno a las palabras, dentro y detrás de las mismas, jamás.
Pero la otra cara de la moneda del desarraigo es el rechazo al propio país, porque algo se pierde para siempre y es irrecuperable. Esa pérdida es interna, desde luego, y en situaciones de guerra también externa, porque una ciudad queda en ruinas o debe ser reconstruida y ya nunca más es la misma ciudad (como quien se va ya nunca más es la misma persona). Tal es así que en Hombres, Eveline llega a decir: «Comencé a sentir añoranza de Sofía» cuando se encuentra de regreso en Alemania tras la guerra. Y pocas líneas más abajo señala: «Ya no soy alemana […] y nunca seré americana», para señalar esa encrucijada del exiliado: no se pertenece nunca más a ningún sitio. El desarraigo es desgarro. Y así vive «la vuelta a casa»:
Durante ocho años había soñado con el instante en que volvería a pisar suelo alemán. Pero mis sueños ya no se basaban en la realidad. El tiempo y el deseo habían vuelto borrosos todos los recuerdos. Solo me habían quedado algunas impresiones de mi niñez: ciudades deslumbrantes, anuncios luminosos, limpias casas, bosques, pueblos adormilados, rosales, puntiagudas torres de iglesias, campos nevados y árboles de Navidad.
Cuando salí del avión vi un campo grande y helado, un edificio bajo parecido a un cuartel, un par de ruinas, montones de escombros y cráteres de bombas. Vi innumerables aviones americanos, jeeps americanos, grandes y pequeños, soldados y oficiales americanos, mujeres americanas con vestidos de colores chillones, calcetines bajos y niños en brazos. […]. Vi un cielo azul resplandeciente y vi nubes de polvo.
Por la otra parte, la madre de Angelika, esa madre diferente que no es como otras, dice:
Sabes, aún sentí, durante algunos años, lo de la Alemania “intelectual” y que aquel era mi país y su idioma el mío y que yo era de allí y pertenecía a ese lugar. Pero debo de ser una judía de verdad, pues ya no necesito Alemania. Lo que recibí de ella aún lo tengo: el idioma que amo, la música, la literatura, las pocas personas a las que tenía apego, y que comprendía como nunca comprenderé a personas de otros países. Pero eso es agua pasada. […]. Creo que podría vivir en cualquier lado que sea hermoso y donde tenga a mis hijas y algunos medios. Pero no aquí, pues esto no me ha gustado nunca.
Por último, cabe señalar que ambas novelas describen un episodio trágico de estas familias, que es la misma: la de la detención de Bettina, la hermana de Angelika (y de Eveline) y su confinamiento en un campo de concentración. En Tú no eres como otras madres, Angelika lo describe con cierta frialdad o indiferencia respecto a la situación de la hermana, parecida a la que aparece en Hombres. Si el hecho le angustia, parece ser mucho menos por la desgracia que sufre su hermana que por la angustia o preocupación de la madre:
Temí que mi madre ya no fuera capaz de sobrevivir a lo sucedido, pero es increíble cuántas fuerzas pueden residir en una persona deshecha. Asediaba día y noche a las autoridades para liberar a Bettina del campo, situado en alguna parte de las montañas. Obsesionada por un miedo atroz de que a mí me ocurriera lo mismo, me prohibió que durmiera en casa. […]. Partía cada noche con mi cepillo de dientes y uno de los camisones de seda de mi madre, sintiendo mucho apuro por depender de la magnanimidad y misericordia de los británicos.
Y en Hombres, ante el episodio, también da la impresión de que lo menos importante es Bettina y lo más la preocupación de la madre y ella misma:
Una nueva ola de detenciones se extendió sobre Bulgaria. La mayor parte de las víctimas desconocía el por qué de su detención. Entre ellas se encontraba mi hermana. Fue detenida por la noche y llevada a algún lugar desconocido.
Mitso, su marido, vino a darnos la noticia. […].
–¿Qué ha hecho Bettina?
–Nada, naturalmente –sollozó Mitso, y de repente estalló–: ¡Tener un padre alemán!
–Ah, claro[…] –fue lo único que comentó mi madre.
Tuve miedo por ella. […]. Pero no necesitaba ayuda. Era fuerte y valiente.
–¡Vístete, Eveline! –ordenó con voz tranquila.
–¿Por qué? –pregunté, sin comprender–. No son más que las tres de la madrugada, y hasta que no sea de día no podremos hacer nada.
[…].
–¡Por Dios –me gritó–, date prisa! ¿No lo comprendes? ¿Es que tú no tienes también un padre alemán?
[…].
–Mañana, Eveline, buscaremos una solución.
[Al día siguiente y hablando con un inglés]:
–¡No pasarás ninguna otra noche en el sótano!
–¿No? –grité–. ¿Es que los señores ingleses van a preocuparse por mí y por los que son como yo?
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