‘Zama’ de Antonio Di Benedetto

En Zama (1956), Antonio Di Benedetto aborda a través de un contexto específico, la colonia española en el Cono Sur de América, problemas que involucran a todo ser humano: la espera, el vacío, el poder impenetrable y la futilidad de la vida. Cuestiona una identidad propia frente a lo ajeno, una agonía que la novela trae consigo de forma tan pausada como amenazante.

Di Benedetto escapa de su trabajo habitual en el diario mendocino Los Andes del que era jefe de redacción para encerrarse en una casa vacía y escribir Zama. Frente al principio de realidad que implica el periodismo es necesariofugarse a un sitio-otro desprovisto del tiempo rutinario para escribir una ficción que retoma el pasado como centro neurálgico de la narración. Hoy renace Zama. Anacrónica: con prosa, colores y personajes que reinventan el acontecer del siglo XVIII y que ya eran atemporales para la fecha de su publicación. Actual: nos propone una lectura dedicada, lenta, a veces imposible frente a la volatilidad del tiempo posmoderno. Audaz: instala un pasado en tiempos de amnesia obligatoria.

Es cierto que, en el año 2016, el texto revive en gran parte por Lucrecia Martel, cineasta argentina, quien ha decidido rodar esta historia intrincada; también, porque se cumplen sesenta años de la fecha de su publicación y treinta de la muerte del escritor; además, de la reciente traducción al inglés de Esther Allen para New York Review of Books. En ese sentido, el texto conversa con distintos momentos históricos: por un lado, la publicación a mediados del siglo XX dialoga con un pasado narrativo del siglo XVIII y por el otro, todo ello conversa con el lenguaje cinematográfico que se presenta en el siglo XXI. Los tiempos en Zama tienen un alcance inquisidor, interrogante sobre la construcción del ser americano y de una nación pero también, instalan un existencialismo de alcance universal. Diego Zama, narrador protagonista, interpela, de esta forma, todos los tiempos y todos los seres humanos.

Zama, revisionista

Es cierto que el inicio de la novela nos propone una lectura concreta. El intertexto que versa: «A las víctimas de la espera», se vuelve un absoluto que es imposible de eludir. Diego Zama, funcionario de la colonia española, está esperando un traslado que nunca llega. Pero también, el tiempo de la narración nos propone otra lectura.

La novela se divide en tres apartados bajo el título de “1790”, “1794” y “1799”. Situar el existencialismo, los eventos alucinatorios, por momentos lo irreal, en la percepción de Diego Zama a fines del siglo XVIII, es un gesto que de forma inevitable cuestiona el romanticismo argentino que surge en el siglo XIX y en el que la literatura argentina comenzó a circunscribirse. La operación en Zama se instala poco antes de la aparición de ese movimiento literario en el que Esteban Echeverría fue pionero. Sin dudas, revisar ese canon desde mediados del siglo XX, donde la irrupción de lo fantástico pretendía cuestionar justamente la identificación romanticista de la literatura argentina y el acontecer de las problemáticas sociopolíticas del siglo XIX, de la coyuntura gauchesca, de la civilización y de la barbarie, significa desterritorializar la literatura argentina y la construcción del sujeto criollo.

Por citar algunos ejemplos: Jorge Luis Borges junto a Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo publican Antología de la literatura fantástica en 1940; también, dos de los libros más reconocidos de Borges: Ficciones en 1944 y El Aleph en 1949; Julio Cortázar, Bestiario en 1951 y Di Benedetto, Mundo Animal en 1953. Zama, con el tiempo narrativo que propone, instala una literatura propia cuando éramos los sujetos exóticos de las crónicas de América. Además, escribirla en el contexto del siglo XX, donde lo fantástico toma lugar para darle otro cauce a la literatura nacional, implica repensar toda la toda literatura argentina escrita hasta ese momento.

Zama, universal

En cada sección de Zama, se pueden encontrar distintos núcleos narrativos, a saber: “1790” y el deseo, la experimentación sexual y el erotismo; “1794” y las apariciones, lo fantástico, la alucinación, y “1799” y la captura de Vicuña Porto, hombre “desleal” que contribuyó al alzamiento de los indios. No obstante, las respectivas secciones se ven interceptadas por la espera absurda, por los propósitos que se pone Diego Zama, o que le impone el contexto, para sobrevivir frente a un deseo imposible: su traslado a Buenos Aires. En el transcurso de la novela, el protagonista comparte la pasividad, la aceptación frente a su destino truncado e incluso la versatilidad que suponen buscar otras metas para poder vivir en una espera insoportable que hacen del personaje principal una biografía de su decadencia.

En ese sentido, la condición de súbdito de la corona española hace que él siempre busque una aspiración que lo vuelva a colocar en ese pasado ideal donde era un corregidor. Pero, no sólo no lo logra sino que también su vida se ve atravesada por una pérdida de identidad. Zama, además de trabajar sobre la espera, es un tratado del poder, un ensayo sobre el eurocentrismo y la aniquilación que supuso la colonia española en América a través de la vida y del pensamiento de Diego Zama. Pensar hoy en un Zama existencialista en el contexto del siglo XVIII instala la idea de lo universal, de aquello que nos emparenta como seres humanos a pesar de las circunstancias.

Las primeras oraciones del apartado “1790”, que da inicio a la novela, presenta una isotopía del paso del tiempo: el barco, el muelle, el puerto, el río, el viaje, la muerte. No obstante, esa imagen ilustra un paralelismo entre el tiempo real y la percepción del tiempo de Zama: quieto, estanco, nostálgico. Es decir, la imposibilidad del sujeto de hacerse cargo de su destino, lo coloca en un lugar pasivo, alienado, carcelario:

Salí de la ciudad, ribera abajo, al encuentro solitario del barco que aguardaba, sin saber cuándo vendría.

Llegué hasta el muelle viejo, esa construcción inexplicable, puesto que la ciudad y su puerto siempre estuvieron donde están, un cuarto de legua arriba.

Entreverada entre sus palos, se manea la porción de agua del río que entre ellos recae.

Con su pequeña ola y sus remolinos, sin salida, iba y venía, con precisión, un mono muerto, todavía completo y no descompuesto. El agua, ante el bosque, fue siempre una invitación al viaje, que él no hizo hasta no ser mono, sino cadáver de mono. El agua quería llevárselo y lo llevaba, pero se le enredó entre los palos del muelle decrépito y ahí estaba él, por irse y no, y ahí estábamos.

Ahí estábamos, por irnos y no.

La identificación con el cadáver del mono propone desde el comienzo la sensación de la imposibilidad, del estrago de la existencia. La observación del protagonista anticipa su destino como inevitable y a la vez, trágico. Durante el principio de esta primera parte, se muestra deseoso de recibir noticias de su esposa Marta y entusiasta por su traslado; pero luego, comienza a mantener relaciones con otras mujeres, tal vez, para apaciguar esa espera que lo desequilibra. Los vínculos que mantiene se presentan como nudos intermedios, grandes paréntesis narrativos para recrear la mente, para generar acción frente al gran absurdo que implica su vida:

En la calle me di con una berlina modesta, de gastados arneses y cansino tronco.

No le presté atención cuando pasó a mi lado. Pero reparé en una mano, carnudita y joven, muy blanca, guardada de encajes, que se tomaba de la portezuela. La cortina echada no permitía hacer público más que ese breve testimonio de donaire. El carruaje se alejaba y, por modesto, no podía distinguirlo de ningún otro.

Pensé buscar mi caballo; suspendí tal propósito.

Quizás era la mujer del sueño; seguramente no.

Al igual que ella, operó en mí como una perdurable caricia.

Por juntar pedacitos de esperanza, repasé las características del coche y de los animales de tiro, a fin de retenerlas. Sin duda, me dije, para la dama de la mano era un pobre medio de no ir a pie; sin embargo, tuve que decirme también, de menos dispondría ahora la que era en verdad mi dama, Marta, mi señora.

Me sentí traicionero de su amor, de su humildad y su sacrificio; mas pensé en la mano resguardada de encajes, pensé en Luciana y quise justificarme como ante tribunal: «Por lo menos, debo conservar el derecho de enamorarme».

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Comentarios

  1. Muy hermoso análisis de esta novela tan conmovedora. Excelente escritor mendocino y argentino. Uno de los grandes. Entrañable. GRACIAS. MUCHAS GRACIAS.

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