‘La herencia de Eszter’ de Sándor Márai

El escritor húngaro Sándor Márai se ocupó a lo largo de su obra de temas como la vejez, el destino, la moral, las pasiones y el ajuste de cuentas. Maestro de la prosa y de los diálogos largos, sus personajes siempre nadan en las aguas de la profundidad humana; aguas revueltas de valores y sentimientos.

La herencia de Ezster fue escrita en 1939, nueve años antes de que el escritor austrohúngaro abandonara Hungría para huir del régimen comunista. Sándor Márai es a día de hoy un escritor muy reconocido, pero cabe recordar que durante muchos años su obra solo tuvo cabida en las sombras. Esto se debe a que la gran popularidad con la que contaba en Hungría, mientras residía y escribía desde el extranjero primero y desde su país después, se vio interrumpida por el régimen comunista con la ocupación soviética. Su obra no fue reconocida sino hasta varios años más tarde, tras la caída del régimen.

Márai tuvo que exiliarse primero dentro de Europa, pero más tarde a Norteamérica, donde con la vejez a cuestas se quitó la vida.

Las cartas y la escritura: resonancia y sentido del pasado

La herencia de Eszter comienza con la noticia de que Lajos, un viejo amigo de la familia, llegará de visita. Entre la noticia y la llegada: la espera, como ocurría también en la otra novela mencionada cuando el General aguarda a su amigo. Sin embargo, todo esto es anterior al presente de la narración. En el aquí y ahora de la trama, Eszter recuerda aquella noticia, aquella espera y aquella visita: hechos que la dejaron en la ruina (emocional y económica) y que ahora, ya más vieja, acercándose a la muerte, se anima a narrar por escrito:

[…] antes de morir, quisiera poner por escrito el relato del día en que Lajos vino a verme, por última vez, para despojarme de todos mis bienes. Voy postergando la escritura de estas notas desde hace tres años; pero, ahora, tengo la sensación de que una voz, de la cual no me puedo defender, me está apremiando para que escriba la historia de aquel día y de todo lo demás que sé sobre Lajos. Es mi deber, y ya no me queda mucho tiempo para cumplir con él.

Eszter recibe un sábado un telegrama con la noticia de la visita de Lajos, que dice que llegará el domingo. Es una noche de espera que pasa entre recuerdos y preparativos. El elemento más significativo de este momento son las cartas que Eszter relee. Si bien en la narración pasan desapercibidas, podría valer la pena resignificarlas a la luz del final de la novela, en el que otras cartas, diferentes, revelan parte de la historia que Eszter desconocía. Y, sobre todo, porque sobre ambos grupos de cartas (las que aparecen al comienzo de la novela, es decir, durante la espera, y las del final de la novela, cuando Lajos ya partió de nuevo) se hacen valoraciones estilísticas que dan lugar a la «escritura» como un subtema en la novela; en esta novela, que cuenta una historia, precisamente, a través de "la escritura". Por todo esto, parece pertinente atender a "la carta" (como sinécdoque de "escritura") y entenderla(s) como un símbolo que abre la espera y prácticamente clausura la historia:

En la noche anterior a su fantasmal visita, al releer sus cartas, me quedé asombrada por la intensidad de aquella fuerza. En cada carta se dirigía a mí de tal manera que era capaz de conmover no sólo a una persona, a una mujer sentimental, sino también a muchos otros, quizá incluso a multitudes. […] sus cartas no revelaban ningún talento profundo, digno de un escritor; sus adjetivos eran descuidados y su escritura desaliñada, pero su manera de expresarse era, en cada línea, total e inequívocamente suya, ¡sólo suya!.

En el final de la novela, Eszter le pide a Nunu, la mujer que vivió con ella en esa casa de sus padres toda la vida, que le lea las tres cartas que Lajos le acaba de dejar en la visita. Cartas que fueron escritas hace veinte años pero que nunca llegaron a manos de Eszter porque su hermana, celosa, lo impidió. Apenas un párrafo antes de que acabe la novela, se lee esto:

Se ajustó las gafas, se inclinó hacia la llama y empezó a leer una de las cartas, con una voz melodiosa, como de colegiala:

–«Amor mío –empezaba la carta–, la vida juega con nosotros de una manera maravillosa. No tengo más esperanza que haberte encontrado a ti para siempre…».

Dejó de leer, se puso las gafas sobre la frente, me miró con ojos brillantes y me dijo, emocionada y entusiasmada:

–¡Qué cartas más maravillosas sabía escribir!

–Es verdad, escribía unas cartas maravillosas.

Poder y desprecio de lo simbólico

Hay otro elemento significativo en la historia, aunque ya no literario también, que aparece en la espera y luego reaparece cuando Lajos ya está en la casa: un anillo de muchísimo valor. Es otro de lo símbolos de la historia y en este caso hasta es mencionado bajo esa etiqueta. Lajos había contraído matrimonio con Vilma, la hermana de Eszter, y juntos tuvieron una hija, Eva. Cuando Vilma muere, Lajos le entrega el anillo a Eszter y le pide que lo guarde hasta que Eva sea mayor y pueda recibirlo en herencia. Pero antes de llegar Lajos, en esa espera que ya va desvelando cosas y desterrando secretos, Eszter repasa la historia del anillo:

Un anillo así no es simplemente un objeto de valor, sino también un símbolo, el símbolo del escalafón familiar. Después de la muerte de mi madre y de Vilma, me correspondía tenerlo a mí, a la hija menor. […] Naturalmente, ni por un instante se me ocurrió quedarme con aquel objeto de valor. Mi conciencia y la carta que dejé para el caso de mi muerte […] eran testigos de que yo guardaba el anillo para Eva […]

Pero el anillo es falso, porque Lajos es un mentiroso y, en última instancia, algo así como un estafador que todavía va a por más: a por la casa, aunque ellas aún (en la espera) no lo sepan. Nunu es quien le revela sobre la falsedad del anillo a Eszter. Sin embargo, Eva no lo sabe, y cuando llega a la casa junto con Lajos, el día de la visita, reclama lo que es suyo:

–Yo no necesito tu dinero –dijo entonces con frialdad y orgullo–. Yo no necesito nada que no sea mío. Sólo quiero lo que mi madre me dejó. […]

–Mi padre me ha dicho que tú guardas mi herencia. Lo único que me queda de mi madre. Devuélveme el anillo, Eszter, devuélvemelo ahora mismo. ¿Me oyes?

–Claro, el anillo –dije.

El tema del anillo continúa en el capítulo siguiente en una diálogo exasperante en el que se puede ver claramente qué tipo de persona es Lajos, y hasta dónde está dispuesto a llegar con sus mentiras.

–¿Cuándo vendiste el anillo?

–¿El anillo?

[…]

–No me acuerdo –respondió a continuación, afable.

[…]

–El anillo, el anillo –repitió con amabilidad, meneando la cabeza, como si quisiera indicar que estaba dispuesto a responder a una pregunta caprichosa y sin importancia, fruto de una curiosidad infundada–. La pregunta es cuándo vendí el anillo. Pues creo que una semana antes de que muriera Vilma. Ya sabes, en aquellos días necesitábamos mucho dinero…

[…]

–Me regalaste una copia. ¿Te recuerdas? –le pregunté acercándome a él.

–¿Que te regalé una copia? –[…]–. Es posible. ¿De verdad que te la regalé?

[…]

–¿Dónde están tus límites, Lajos?

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