‘De qué hablamos cuando hablamos de amor’ de Raymond Carver
El tomo cuenta con diecisiete cuentos breves que retoman de forma irónica relatos sobre el amor; no retratan el cliché sino su antítesis: a veces, la absoluta soledad; a veces; la pérdida de seres queridos; siempre, la imposibilidad de comunicar que tiñe de tensión todos los relatos y la violencia, latente pero segura. En ese sentido, tal vez, los relatos resignifiquen “el amor” en los últimos años de la Guerra Fría y también, en los inicios del tiempo posmoderno.
De qué hablamos cuando hablamos de Carver
En 1998, después de diez años de la muerte de Raymond Carver, se comienza a cuestionar la originalidad de los textos publicados en De qué hablamos cuando hablamos de amor (1981) ya que se publica una nota en el New York Times que anticipa la polémica que desata el libro póstumo Principiantes (2009). Este último, posee los mismos relatos que el libro del ochenta pero con la supuesta versión oficial de Carver: más humanos, conocemos la vida de los personajes con mayor profundidad, y más extensos. El intrincado en aquel tiempo alude a que el editor Gordon Lish (algunos lo consideran coautor) no sólo edita sino que establece recortes argumentales en los textos y hasta incluso cambia el final de algunos como bien puede observarse si se comparara la versión de 1981 con la del 2009.
De cualquier manera, la polémica no minimiza la imagen de Carver como el gran escritor norteamericano del realismo sucio que supo entender la decadencia del sueño americano en un mundo incipiente, nuevo y, por qué no, apocalíptico. Por lo tanto, las temáticas presentes en ambos tomos no cambian y además, el recorte de Lish es un elemento que sirve para pensar la mutilación en general, tanto física como verbal, que habita en los textos. Muchos de ellos, para poder comprenderlos exigen la revisión puntillosa de indicios despojados a lo largo de la trama ya que la presentan de forma recortada; sólo se escribe lo fundamental.
Por lo tanto, leer las ediciones o coautorías de la publicación del ochenta resulta alentador para pensar estos cuentos que trabajan, entre otras cosas, con y en el margen, con sujetos desestereotipados de la típica sociedad norteamericana y con características que se oponen a la imagen del héroe: borrachos y violentos; se muestran miserias y no, grandes hazañas. En ese sentido, se cuestionan muchos de los lugares comunes que giran alrededor del amor, la amistad, el matrimonio, la familia, la empatía, la solidaridad, la comunicación; pero incluso también, la forma de narrar y la imagen del autor o la condición del original son categorías que se ponen en jaque.
La espectacularización de lo íntimo
Por un lado, un elemento central en todos los relatos del libro es la figura del observador. En los cuentos, el testimonio aparece para invadir la privacidad, como si el panóptico descrito por Foucault se instalara en el espacio íntimo. En ¿Por qué no bailáis?, el primer cuento, los límites entre lo privado y lo público comienzan a borronearse. Una pareja entra a una propiedad privada en la que parecía que el dueño estaba vendiendo sus muebles. En principio, no había nadie y son ellos quienes observan las cosas ubicadas allí dentro; pero luego, ellos mismos comienzan a ser observados por el dueño:
El hombre se acercaba por la acera con una gran bolsa de supermercado. Traía bocadillos, cerveza, whisky. Vio el coche en el camino de entrada y a la chica en la cama. Vio el televisor encendido y al chico en el porche. —Hola —saludó el hombre a la chica—. Ya has visto la cama. Perfecto. —Hola —contestó la chica, y se levantó—. La estaba probando. —Dio unos golpecitos a la cama—. Es una cama estupenda. —Es una buena cama —corroboró el hombre, y puso la bolsa en el suelo y sacó la cerveza y el whisky. —Pensábamos que no había nadie —intervino el chico—. Nos interesa la cama, y quizás el televisor. Puede que también el escritorio. ¿Cuánto quiere por la cama?
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