‘Aullido y otros poemas’ de Allen Ginsberg
En Aullido y otros poemas encontramos a un Allen Ginsberg inspiradísimo que durante sus años de juventud tardía nos regaló una serie de poemas desgarradores con los que consigue, mediante la escritura, purgar los males que le atenazan y que nos atenazan a todos.
El libro que tenemos entre manos vio la luz por primera vez en 1956, a través de una pequeña editorial alternativa, City Lights Books, co–fundada en 1953 por uno de los amigos de Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti, que fue llevado a juicio por publicar material obsceno.
Aullido y otros poemas es una obra capital para entender tanto la beat generation como el movimiento posterior, el que llevo de la mano a los beatnicks hacia el movimiento hippie. Es decir, desde la contracultura de finales de los años 50 a la de los años 60, la que terminó en aquel verano del 69 que Hunter S. Thompson describía como una «gran ola». Una ola que los surfistas de Woodstock se empeñaron en cabalgar hasta que acabaron varados en la orilla. Con la parálisis de la droga fluyendo por su organismo, desorientados y a contra mano. Muy lejos de lo que serían los años 70.
Pero Allen Ginsberg supo saltar de una década a otra con una facilidad insultante. En los veinte años que separan el pistoletazo de salida marcado por Aullido, de la concesión del National Book Award for Poetry, en 1974, se mantuvo en la palestra y consiguió montarse en esa ola que descarrió a tantos. Poco después del premio, Ginsberg salió con Bob Dylan, Joan Baez o Muhammad Ali de gira con la Rolling Thunder Revue. Eran 1975 y 76. Ginsberg estaba en París con Dylan visitando la tumba de Jack Kerouac, su amigo y el «nuevo Buda de la prosa norteamericana», y primer dedicatario de esta obra que nos trae hoy aquí.
Aullido. Amor, amistad, caos, drogas, Dios.
He visto los mejores cerebros de mi generación destruidos por la
locura, famélicos, histéricos, desnudos,
arrastrándose de madrugada por las calles de los negros en busca de
un colérico picotazo,
pasotas de cabeza de ángel consumiéndose por la primigenia conexión
celestial con la estrellada dinamo de la maquinaria de la
noche,
que, encarnación de la pobreza envuelta en harapos, drogados y con
vacías miradas, velaban fumando en la sobrenatural
oscuridad de los pisos de agua fría flotando sobre las
crestas de la ciudad en contemplación del jazz,
que desnudaron sus cerebros ante el Cielo bajo el El y vieron
tambalearse iluminados ángeles mahometanos sobre los
tejados de las casas de alquiler,
que atravesaron las universidades con radiantes ojos tranquilos,
alucinando Arkansas y tragedias de luz–Blake entre los
escolásticos de la guerra,
que fueron expulsados de las academias por dementes & por publicar
odas obscenas sobre las ventanas de la calavera,
que se acurrucaban amedrentados en ropa interior en habitaciones sin
afeitar, quemando su dinero en papeleras y escuchando el
sonido del Terror a través de la pared,
que fueron aferrados por sus barbas púbicas al regresar por Laredo
a Nueva York con un cinturón de marihuana,
que devoraron fuego en hoteluchos o bebieron trementina en Paradise
Alley, muerte, o hacían sufrir a sus torsos los tormentos
del purgatorio noche tras noche por medio de sueños,
drogas, pesadillas de la consciencia, alcohol y verga y
juergas continuas…
Guau, ¿verdad? Solo la tropelía de pensamientos de alguien desesperado, que ha visto tanto y que tiene la capacidad para ver tanto, podría llevarnos a nosotros lectores desde el cómodo sillón de nuestra casa, desde el apretado vagón de metro a las ocho de la mañana yendo al trabajo, desde las palabras de un amigo en un bar, contándote que acaba de descubrir en la biblioteca de su universidad toda la cara oscura de la ciudad. No tiene por qué ser Arkansas ni Nueva York. Madrid, Barcelona, Cádiz. Ese es el verdadero poder del Aullido de Ginsberg, que por suerte o por desgracia, 60 años después, te sigue golpeando como aquel aguijón con el que nos golpea en la tercera línea de su poema. Un poema que quedará para siempre.
Sobre el juicio y el mundo real
En el proceso que llevó a Lawrence Ferlinghetti, editor de Aullido y otros poemas, a juicio, se trató el tema de la obscenidad en el lenguaje, y se quiso demostrar que:
- El texto de Ginsberg no tenía valor literario.
- Las palabras obscenas que aparecían en el texto no servían para insuflar un valor literario a la obra.
- Que, al no tener valor literario, el texto no iba a perdurar en el tiempo.
Afortunadamente, el juez Clayton W. Horn, que se encargó de resolver la cuestión, hizo caso omiso a las explicaciones de la acusación y dijo que el poema épico tenía «importancia social redentora», que las obscenidades que Aullido podía poseer estaban justificadas porque servían para trasladarnos a la vida de uno de los personajes que protagoniza el relato épico en verso que es este poema: Carl Solomon, un hombre que Ginsberg conoció en los 8 meses que pasó en un psiquiátrico, que era tratado con terapia de electroshock y que significó mucho para el poeta de ascendencia judía.
Pero esa historia no la debo contar yo en este acercamiento a esta obra. La historia de Carl Solomon aparece hilvanada a la de Ginsberg en Aullido. Aunque solo se haga presente de forma evidente al final del poema.
Razón de más para volcarse con esta obra. No sólo como poema, donde su lirismo, sus imágenes y su verbo están más que ensalzados; si no como texto de una importancia social –tal y como comentó el juez– que ayudó a la visibilización de todo un submundo que se incorporó a las academias, a los debates intelectuales y que significó tanto para la contracultura y el auge de los artistas –llamémosles underground– como el rock&roll o el cine.
Moloch y Solomon
Aullido está dividido en cuatro secciones. La primera, la más conocida, comienza con los versos que hemos citado previamente; la segunda, más breve, fue escrita fruto de un viaje de peyote en el que Ginsberg, junto a la que era su pareja, junto a la que fue su pareja durante cuarenta años, deambularon por la ciudad alucinando con visiones de otros mundos, el “Moloch” que se hace protagonista de esta parte dos y encabeza cada estrofa menos la primera:
¿Qué esfinge de cemento y aluminio reventó sus cráneos y devoró sus
cerebros y su imaginación?
¡Moloch! ¡Soledad! ¡Inmundicia! ¡Fealdad! ¡Latas de basura e inalcanzables
dólares! ¡Niños chillando bajo las escaleras!
¡Muchachos sollozando en los ejércitos! ¡Ancianos llorando
quedamente en los parques!
¡Moloch! ¡Moloch! ¡Pesadilla de Moloch! ¡Moloch el sin amor!
¡Moloch mental! ¡Moloch el inmisericorde juez de los
hombres!
¡Moloch prisión incomprensible! ¡Moloch cárcel desalmada de tibias
cruzadas y Congreso de aflicciones! ¡Moloch cuyos edificios
son veredictos! ¡Moloch la vasta piedra de la guerra!
¡Moloch los anonadados gobiernos!
¡Moloch cuya mente es pura maquinaria! ¡Moloch cuya sangre es el
fluir del dinero! ¡Moloch cuyos dedos son diez ejércitos!
¡Moloch cuyo pecho es una dinamo caníbal! ¡Moloch cuyo
oído es una humeante tumba!
¡Moloch cuyos ojos son un millar de ventanas cegadas! ¡Moloch cuyos
rascacielos se yerguen en las largas avenidas como inacabables
Jehovás! ¡Moloch cuyas fábricas sueñan y croan en
la niebla! ¡Moloch cuyas chimeneas y antenas coronan las
ciudades!
Y así durante otras tantas delirantes estrofas, en un deambular infernal por las pesadillas y los sueños de Ginsberg y de todas y cada una de las personas que habitan cada edificio, cada bloque destartalado, cada puente, cada esquina de la ciudad.
¡Moloch! ¡Moloch! ¡Moloch!
Moloch: dios del Asia occidental adorado por fenicios, cartagineses y sirios, civilizaciones previas a la creación y difusión del cristianismo por dichos territorios. Su nombre aparece varias veces en la Biblia, en concreto, en el Antiguo Testamento.
Moloch es el dios del fuego purificante, mitad humano mitad animal. Su cabeza suele estar representada como la de un carnero o un becerro. Además, suele estar representado portando una corona u otro símbolo perteneciente a la realeza. ¿El por qué? Moloch, dentro de una serie de transferencias lingüísticas en textos y traducciones antiquísimas de la Biblia viene a significar “el rey”. Sin embargo la adopción del vocablo definitivo Moloch, pronunciado molek, está hecha con toda la intención del mundo, ya que utiliza las vocales de la palabra hebrea “bosheth”, que significa ignominia.
Los griegos y los romanos lo relacionaban, respectivamente, con Cronos y Saturno.
A Moloch se le hacían sacrificios. Sus favoritos eran los niños. Muchas veces las estatuas de los templos donde se rendía pleitesía a Moloch contaban con estatuas de bronce huecas del dios con brazos articulados. Los niños se depositaban en los brazos y mediante un sistema de cadenas y poleas se entregaban al interior ardiendo de Moloch.
¡Moloch! ¡Moloch! ¡Moloch!
Después de llenar la mente del lector con imágenes de un Dios–Fuego–Purificador–Rey–Ignominia que se comporta como principio y fin de los males que pueblan la ciudad para quien la recorre con el corazón desesperado (o para quien se le desespera el corazón por recorrer la ciudad) Ginsberg, finalmente, habla de Carl Solomon. Y habla con Carl Solomon.
Carl Solomon! Estoy contigo en Rockland
donde tú estás más loco que yo
Estoy contigo en Rockland
donde debes sentirte muy extraño
Estoy contigo en Rockland
donde imitas la sombra de mi madre
(…)
Estoy contigo en Rockland
donde cincuenta shocks más no devolverán a tu cuerpo
su alma de su peregrinación a una cruz en el
vacío
Estoy contigo en Rockland
donde acusas a tus doctores de locura y planificas la
revolución socialista Hebrea contra el Gólgota nacional
fascista
Estoy contigo en Rockland
donde desgarrarás los cielos de Long Island y resucitarás
a tu Jesús humano y viviente de la tumba sobrehumana
Estoy contigo en Rockland
donde hay veinticinco mil camaradas locos cantando todos
juntos las estrofas finales de la Internacional
Estoy contigo en Rockland
donde abrazamos y besamos a los Estados Unidos bajo las
sábanas los Estados Unidos que tose toda la noche y no
nos deja dormir
Estoy contigo en Rockland
donde nos despertamos del coma electrizados por los
aviones de nuestras propias almas que rugen sobre el
tejado han venido a dejar caer angélicas bombas el
hospital se ilumina a sí mismo se derrumban
paredes imaginarias Oh escuálidas legiones
salid corriendo de aquí Oh conmoción de misericordia
salpicada de estrellas la guerra eterna ha llegado Oh
victoria, olvida tu ropa interior somos libres
Me he tomado la libertad de transcribir casi la totalidad de esta tercera parte porque quizá sea la que relaciona de forma más directa la poesía con la épica. Allen Ginsberg dedica toda esta última sección a contar la historia de su amigo Carl Solomon, a la postre escritor de un libro autobiográfico titulado Mishaps, Perhaps en 1966 y otro titulado More Mishaps, este en 1968. Publicados, por cierto, por City Lights Books.
Pero antes de publicar estos libros y de convertirse en colaborador de revistas literarias, Carl Solomon estuvo en un hospital psiquiátrico, como evidentemente puede verse en el poema, y evidentemente fue sometido a diferentes tratamientos psiquiátricos, en concreto, a electroshocks. Allí conoció a Ginsberg, que pasó ocho meses allí como alternativa a la cárcel. Bajo la promesa de que dejaría de ser homosexual y se convertiría en heterosexual.
Esta experiencia marcó a Ginsberg profundamente y también su relación con Solomon. Haciendo de esta sección del poema un verdadero testimonio poético de lo que sucedió allí, así como de las andanzas de Solomon antes de ser internado.
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Excelente poesía y crítica muy acompasada a su lírica y su tiempo. un gusto descubrir a Allen Ginsberg en más poemas ! increíbles poemas abriendo el paño a tantos temas que sacudieron países y sociedades.
Very nice reading ginsberg poems!