‘Historia perversa del corazón humano’ de Milad Doueihi
Historia perversa del corazón humano reflexiona sobre diversas referencias literarias -desde la Grecia Antigua hasta la Edad Media y el misticismo cristiano- en las cuales el corazón, como centro de las pasiones humanas, está asociado a la transgresión y al tabú. El autor se adentra en el significado profundo de las escenas relatadas y devela un importante contenido simbólico que subyace en nuestras culturas y sociedades.
El corazón, el centro
El corazón es el órgano del cuerpo humano en torno al cual se han tejido más representaciones simbólicas a lo largo de la historia. Ha sido objeto de interés místico, literario, filosófico, artístico; abordado desde diferentes disciplinas y visiones que, en suma, le han dado un enorme peso dentro de nuestro imaginario colectivo.
El corazón es el centro, es la fuente de nuestro ser físico y psíquico, pero también es representativo de nuestra vida en sociedad, en diversos niveles:
Según Aristóteles, el corazón es pues la base y la analogía fundamental de la vida en general, de la vida biológica y política.
El corazón, esa máquina que anima el cuerpo y que permite el más mínimo de sus movimientos, es también una analogía fundadora, un modelo arcaico de la noción organizadora en general. La centralidad del corazón permite que este modelo se aplique también a diversos órdenes de la realidad y a diferentes ámbitos: desde el biológico al mitológico, y desde el político al fisiológico.
El corazón dirige, funda un orden. Es un centro de inteligencia, en él se dan encuentro diferentes funciones, confluyen niveles vitales para crear, en conjunto, sofisticados mecanismos. El corazón es un lugar de intercambio y de transformación, de encuentro entre lo material y lo sublime, entre el espíritu y la materia.
En cuanto a centro del organismo y de la vida, el protagonismo del corazón podría compararse con el del sol, en torno al cual todo lo demás orbita y depende de su influjo. James Hillman, psicólogo junguiano que estudia la cultura contemporánea a través del sistema arquetipal, plantea esta correlatividad en su obra El pensamiento del corazón, cuando reflexiona sobre lo que llama «corazón del león», aquél que arde y actúa, ese que «irradia» y se vuelve uno con lo exterior. En este libro fascinante, Hillman aborda el corazón humano como poseedor de un propio logos que trasciende el alcance racional: el corazón es un órgano pensante, pero, además, «imaginante», ya que crea imágenes e historias. Para Hillman, el corazón tiene una función estética, tan indispensable para la vida como las funciones biológicas.
Más allá de un mecanismo de sístoles y diástoles, en el corazón reside, ya lo hemos dicho, nuestra vida psíquica. Por lo tanto, está estrechamente ligado al inconsciente, a nuestros impulsos, deseos y miedos: como órgano «imaginante», se relaciona con lo onírico, es capaz de convertir en representaciones de carácter estético aquello que se encuentra en el abismo de nuestro ser.
Según lo anterior, el corazón está también emparentado con el carácter misterioso de los mitos, sea cual sea su procedencia, al tratarse de historias que contienen algo de nuestros propios secretos, más allá de la dimensión meramente palpable y «lineal» de la narración. Podría decirse que el mito tiene dos dimensiones, como las dos caras de una moneda: una perfectamente delimitable, que es la historia que se cuenta; y otra oculta, esquiva, que es todo lo que esa historia no dice expresamente, pero que resuena en nosotros. Aquello que se cuenta, sin palabras, a través de la narración del mito, habla directamente a nuestro corazón.
A propósito de esto, Historia perversa del corazón humano comienza refiriendo el mito de “Dionisos niño”. Esta historia cuenta cómo los titanes secuestraron al dios siendo un pequeño, para cocerlo y consumir su carne; no obstante, antes de que comieran el corazón, Zeus envió un rayo y acabó con ellos. Luego, Dionisos volvió a la vida, regenerándose totalmente a partir de su propio corazón.
El corazón comido
La perversión más común asociada al corazón, referida en diferentes fuentes, es la del canibalismo; el acto de consumir este órgano, reflejado tanto en mitos como en rituales ancestrales de algunas culturas, es muestra de nuestro salvajismo. El ser humano es bárbaro en sus orígenes, y tal oscuridad late bajo el ropaje de la historia y la civilización. Existen, asimismo, un “conjunto de prohibiciones” adoptadas desde el inicio de los tiempos, de forma que el ser humano trascienda la barbarie para alcanzar estadios superiores del ser.
El renacimiento simbólico de y la regeneración de los poderes de Dionisos por medio de su corazón se convierten en la representación paradigmática de un tiempo primigenio, de un tiempo de convergencia de la vida y la muerte, del sacrificio y el asesinato, de la antropofagia y de los alimentos […] El corazón constituye pues, en este contexto, el eje principal de un conjunto de prohibiciones y de reglas que estructuraban la relación del hombre con su cuerpo y con los dioses.
El mito de Dionisos expone la “inteligencia superior” del corazón y su poder creador. Y también cuenta sobre esa ruptura del ser humano con lo bárbaro. No obstante, los tabúes más primigenios siguen siendo parte de nuestro imaginario a través de todo tipo de representaciones.
Si algo se repite en las obras que estudia el libro de Doueihi, es el tema del corazón del hombre devorado por su amante. En las historias referidas, el amado es consumido bajo el aspecto de un manjar apetitoso, sin que la comensal tenga conciencia de ello. El esquema es más o menos igual en cada relato: el esposo descubre la relación extramarital de su mujer y entra en cólera, por lo que decide vengar la traición asesinando a su rival y cocinando –o haciendo cocinar- su corazón, para servirlo a su esposa. La mujer queda extasiada con la comida, y manifiesta nunca haber probado algo tan sabroso (como si la pasión por el amante se manifestara, también, en este tipo de apetito). Finalmente, el esposo revela el secreto del plato. No obstante, aunque logra infligir el daño deseado, el marido nunca resulta victorioso, ya que su acto solo consuma a un nivel más profundo la unión de los amantes, indisoluble luego del acto antropofágico.
Es el caso de Le Coeur mangé, relato de Jean-Pierre Camus, publicado en 1630 como parte de una recopilación titulada Spectacles d’horreur où se découvrent plusieurs effets de notre sciècle -que podría traducirse como “Espectáculos de horror donde se develan diversos efectos de nuestro siglo”-. Algo análogo sucede, asimismo, en la novena historia del cuarto día del Decamerón, de Bocaccio. Pero hay relatos en los que esta misma estructura toma un giro significativo, cuando no solo el corazón del amado funge de alimento, sino también su falo. Así sucede en Lai de Ignaure, obra anterior a las ya referidas y «uno de los primeros relatos conocidos de la leyenda del corazón comido», en el cual Ignaure se enamora de las esposas de doce caballeros nobles. Todas ellas viven en un mismo palacio, y él consuma su amor con cada una, sin que las demás lo sepan. Ignaure es descubierto por las damas y, a punto de ser asesinado por ellas, logra su perdón. Pero el atrevimiento del joven es sabido por alguien más, y llega a oídos de los esposos. Los hombres, llenos de cólera, desmiembran a Ignaure y sirven el banquete fúnebre a las mujeres.
Las doce mujeres, luego de esta comida, deciden no ingerir más alimento, y mueren. Pero antes, mientras lloran a su amado, escriben un poema de doce versos para recordarlo.
El despedazamiento del amante y la distribución de sus órganos entre sus amantes hacen que la exposición de su corazón y de su falo se identifique con el desarrollo del propio poema. El despedazamiento de Ignaure recuerda la división del poema; cuerpo y corpus van al unísono en un texto que designa la transgresión alimentaria y nutricia de la sexualidad como dinámica del deseo culpabilizado y motor de la expresión poética.
Corazón, alimento, palabra, cuerpo
La función del “banquete funerario”, ritual en torno a la muerte que realizamos desde tiempos inmemoriales, con sus respectivas variaciones, es la de identificar al muerto como tal, poner de manifiesto su trascendencia a otro estado y, a la vez, reafirmar la vida. A través del encuentro en torno a los alimentos y las bebidas, asumimos la vida y la muerte como instancias separadas.
Los supervivientes que se reúnen para compartir una comida después del entierro de un muerto se designan y se identifican a sí mismos como vivos: comen –introducen comida en su estómago-, indicando así su diferencia crucial con el muerto, enterrado en el vientre de la tierra. La comida y el acto de ingerirla en grupo trazan una línea de separación entre los que pueden comer y los que ya no pueden hacerlo, entre los que comen y aquellos a los que se come la tierra.
Para la medicina tradicional china, el corazón se encuentra entre los cinco órganos principales que rigen el funcionamiento de todo organismo y que se correlacionan con elementos y leyes de la naturaleza. Su elemento es el fuego, su color –de forma casi evidente- el rojo, su fuerza climática el calor. Se relaciona, además, con la mente y el espíritu –cada uno de estos cinco órganos tiene una relación similar, pero el corazón está especialmente ligado a las funciones psicológicas-. Algo sumamente interesante, es que la facultad del habla, su equilibrio o desequilibrio, tiene que ver con el correcto funcionamiento de este centro.
La palabra, por sobre todo, es lo que nos permite forjar relaciones, crear lazos con lo exterior, manifestarnos al mundo y poder comprender a nuestros semejantes. Sin el lenguaje somos universos aislados, lo cual es casi una contradicción, porque todo universo es tal siempre que se conecte con otros, que tienda puentes para formar parte de algo más, de lo micro a lo macro, o viceversa. El universo y la vida son, en esencia, redes de conexiones. La palabra es nuestra manera de funcionar como especie, de formar comunidades y sociedades (evidentemente, entran en juego otro tipo de lenguajes -como el de señas, por ejemplo-, aunque siempre mediados de una u otra forma por la palabra como definidora de nuestro mundo y nuestro pensamiento).
La palabra y el alimento tienen una función biológica y social -lo biológico y lo social son instancias permeables: somos, orgánicamente, seres sociales, al igual que el resto de las especies-. La boca viene a ser un puente entre lo que exteriorizamos y lo que ingerimos, y ambas acciones, por lo general, tienden a formar vínculos con nuestros semejantes. Compartimos el alimento como una forma de comulgar con el otro, y a la vez está acción está mediada por el lenguaje oral.
Comer alrededor de una mesa implica el reconocimiento de que hablar y comer son dos formas próximas de expresión y de comunicación; dos lenguajes diferentes pero que se pueden dar al mismo tiempo e incluso substituirse recíprocamente.
Es así como en torno al “banquete funerario” se crea un conjunto de relaciones simbólicas donde se dan encuentro la prohibición implícita de la “incorporación”, literal o simbólica, del cuerpo del muerto –y sobre todo de su corazón-; la asunción de propio cuerpo como medio de intercambio con el exterior y como organismo vivo; y el alimento y la palabra como expresiones del corazón.
El corazón se halla pues situado en la intersección entre lo literal y lo figurado, entre el cuerpo y las pasiones, entre la comida y la palabra.
Este órgano viene a ser lugar de encuentros, intercambios y transmutaciones. Es punto de unión entre distintos niveles de nuestra realidad, centro por el que todo pasa, articulador y traductor de diversos lenguajes.
El corazón de Dante. La amistad: piedra filosofa
En la Vita nuova, texto autobiográfico en el que Dante canta su amor por Beatriz, el poeta comienza por relatar la primera visión que tuvo de su amada. Ella le dirige, cortésmente, un saludo, y despierta en él lo que sería una intensa e interminable beatitud. Horas después, Dante tendría un sueño revelador, protagonizado por ella: entre una neblina roja como el fuego, «un señor de aspecto temible» sostiene en brazos a Beatriz, quien está desnuda pero envuelta “en un ligero lienzo de color rojo como la sangre”. Este «señor», lleva en una mano el corazón del poeta, y obliga a la dama a comer de él.
La forma de amor que Dante profesaba por Beatriz era cercana a la experiencia mística. Se trató de un amor “platónico”, no recíproco y no consumado. Este tipo de amor, caracterizado por su imposibilidad, su pureza y su sentido espiritual, es una continuación del “amor cortés” cantado por los trovadores de la Edad Media. Este amor surge de ese primer saludo, esa primera palabra que Beatriz dirige a Alighieri y que habla directamente a su corazón. Tal saludo sería, además el desencadenante de toda una obra poética.
El corazón comido del poeta abre así el camino a la forma ideal de la comunicación subjetiva: la amistad […] Beatriz se convierte en el asentamiento de la poesía de Dante, el fin último de su búsqueda lírica, y Dante, al manifestarse a Beatriz, se manifiesta también a sí mismo […] y el Señor del Amor, dueño del corazón de Dante en la visión del poeta, se convierte en maestro de poesía, en guía para descubrir el mundo de la poesía y de la amistad.
Este tipo de amor se funde con el fervor de la creación poética. Beatriz, en alguna medida, es un pretexto, una representación de la búsqueda espiritual, nunca colmada en totalidad -aunque profusa de encuentros y descubrimientos maravillosos-, que viene siendo la búsqueda a través del arte y el hecho estético. Dante, de esta forma, se revela a sí mismo y a un “otro” no del todo visible, que es el receptor de la obra. El poeta, a través de la creación, descubre la amistad como forma más elevada de comunicación, muestra su corazón a través de la palabra y así ilumina y transmuta aquello que se encontraba en la sombra.
Hablar con un amigo permite respirar, alimentar la vida porque se exterioriza el corazón, el lugar donde reside el yo en el cuerpo. Esta exteriorización (en el universo íntimo y protegido de la amistad) abre el corazón literalmente; lo hace visible, literalmente visible, como una figura del yo (…) El corazón es el receptáculo en el que las cosas adquieren forma, en espera de su articulación discursiva, de su transformación y de su liberación por parte y a través de las palabras.
Doueihi refiere y cita el ensayo Sobre la amistad, de Francis Bacon, en el cual el autor define la amistad como una «piedra filosofal»: a través del intercambio discursivo con un amigo se da una operación mágica, exteriorizamos aquello que, de otra forma, nos ahogaría, purificamos y a la vez construimos nuestro interior. Tal espacio íntimo se hace habitable, se abre. La amistad es la relación humana más elevada porque nos hace visibles a nosotros mismos, hace de nuestro corazón un lugar permeable, una fuente de imágenes que recrean nuestra profundidad, que nos dibujan en el lienzo del mundo.