‘Moby Dick’ de Herman Melville

¿Sobre qué trata Moby Dick? Sobre un barco ballenero y su capitán delirante, sediento de dar muerte a ese imponente monstruo que es la ballena blanca. Esa sería la respuesta más sencilla. No obstante, bajo el conocido argumento de esta novela, accedemos otras profundidades.

El inmenso leviatán

Moby Dick puede ser una reflexión sobre las relaciones de poder; sobre la tragedia a la que lleva, irremediablemente, la hibris humana; sobre la permeabilidad en los tipos de afecto que pueden surgir entre los hombres; puede ser, casi, un tratado de ceteología. Se ha dicho que es también una alegoría de la historia de los Estados Unidos y, más específicamente, de la Guerra de Secesión (Delbanco, Andrew. Introducción a la edición de Penguin Random House, p. 20. Barcelona, 2015).

Moby Dick comienza exponiendo interpretaciones etimológicas de la palabra Whale (ballena), así como traducciones de la misma en varios idiomas. Posteriormente, encontramos varias páginas de extractos, citas bíblicas y de otras fuentes diversas que perfilan un imaginario universal de la ballena. Entre ellas:

Con artificio se crea ese gran leviatán llamado Confederación o Estado (en latín ´Civitas´) que no es sino un nombre artificial.

Frase inicial del Leviatán de Hobbes.

Allí el leviatán, / la más inmensa de las criaturas vivientes, en las profundidades / extendida como un promontorio duerme o nada, / y parece una tierra en movimiento; y por sus agallas / aspira y al aspirar arroja todo un mar.

El paraíso perdido.

Las poderosas ballenas que nadan en un mar de agua y tienen dentro un mar de aceite.

Fuller. El Estado sagrado y profano.

La aorta de una ballena es de diámetro mayor que el de la cañería principal del puente de Londres y el agua que corre por esa cañería no tiene tanto ímpetu y velocidad como la sangre que impulsa el corazón de una ballena.

Paley. Teología.

Estos extractos, según un comentario previo, «permiten obtener una imagen rápida, como a vuelo de pájaro, de todo lo que se ha dicho, pensado, imaginado y cantado de mil maneras diversas en muchas naciones y generaciones» sobre las ballenas. Desde el inicio de la novela, se nos abre una visión múltiple de este animal que linda con la leyenda y el mito. De la misma forma, y al igual que sucede con toda gran obra, las posibles lecturas de Moby Dick son inagotables. Los caminos de significación y sus bifurcaciones parten del argumento principal como de un tronco, y cada quien se aventura en su propia exploración, cada uno hace una ruta irrepetible en ese mundo oceánico.

Dicho lo anterior, no podría siquiera intentar presentar una interpretación íntegra, cohesionada, de esta obra, sino apenas señalar aquellos aspectos que más me cautivaron en una lectura que fue, en sí, como un larguísimo viaje, con sus momentos de avidez pero también con largar pausas y períodos en los que continuar se hacía lento, incluso arduo. Moby Dick no es una obra ligera, no se lee fácilmente. Pero, como dijo Lezama, «solo lo difícil es estimulante».

La riqueza de las sustancia

La ballena es fuente de riquezas. La novela de Melville expone con gran minuciosidad cómo la caza de ballenas era para la época uno de los negocios más lucrativos. En algunos lugares, como las poblaciones de New Bedford o Nantucket, referidas en la obra, se trataba de la actividad en torno a la cual giraban el comercio y la vida común. Los dientes, los huesos, la carne, la piel, y por supuesto el aceite: todo era aprovechable para el ser humano y, por lo tanto, muy valioso.

El aceite, usado como combustible para suministrar luz y como cera para velas, era quizá la riqueza más evidente proporcionada por la ballena. Pero existen otras sustancias, cuya rareza y misterio las hacían aún más preciadas, y cuyas aplicaciones específicas daban lugar a los productos más exóticos y refinados. Es el caso del «ámbar gris».

El ámbar gris es blando, ceroso y tan fragante y sazonado que se lo usa en la perfumería, para fabricar pastillas, cirios preciosos, polvos para el cabello y pomadas. Los turcos lo utilizan en la cocina y lo llevan hasta La Meca, con el mismo propósito que se lleva el incienso a San Pedro, en Roma. Algunos mercaderes de vino echan unos granos en el clarete para perfumarlo.

Lo más curioso de esta sustancia es que se produce en el interior de las ballenas enfermas que, al morir de forma natural a causa de una“dispepsia”o indigestión, flotaban en el mar sin despertar codicia alguna. El Pequod, la nave conducida por el terrible capitán Ahab, encuentra en medio de su viaje una de estas ballenas en estado de putrefacción, y se hacen de un buen botín gracias a la perspicacia del oficial Stubb, entendido en los profundos secretos de los leviatanes. En el interior del cachalote pútrido, puede hallarse la mayor gracia y pureza.

El esperma o espermaceti, obtenido de la grasa del cachalote y localizada principalmente en cavidades del cráneo, es otra materia ricamente descrita por Ismael, quien experimenta un estado cercano al éxtasis a través del encuentro con la misma.

Mientras bañaba mis manos en esos glóbulos leves y blandos de tejidos interpenetrados, recién coagulados, que se deshacían opulentos entre mis dedos y liberaban toda su abundancia, como la uva madura suelta el vino; mientras aspiraba ese aroma purísimo (que se asemeja al olor de las violetas primaverales), les aseguro que viví en una pradera musgosa: olvidé por completo nuestro horrible juramento, y en ese inefable esperma lavé mis manos y mi corazón; casi empecé a dar crédito a la vieja superstición de Paracelso, según la cual el esperma posee la rara virtud de aplacar el ardor de la ira.

Los usos del espermaceti eran múltiples y variados: era aprovechado, por ejemplo, en la industria cosmética y farmacéutica o como lubricante para algunos tipos de maquinaria. De esta materia también se obtenía, luego de procesarla, el tan preciado aceite.

Melville dedica tres breves capítulos a la descripción poética de estas preciadas sustancias obtenidas del cachalote. En ellos hace mención, todavía, a otras mucho más extrañas, como lo que él llama «slobgollion», producto que se obtiene luego de la decantación de los barriles y que al parecer se compone de las fibras aglutinadas del animal; o el gurry «sustancia oscura, viscosa, que se extrae del lomo de la ballena de Groenlandia».

La exploración de estas materias, de sus texturas y olores, constituye una dimensión sensorial muy rica de la novela. La relación de los cazadores de ballenas con sus presas va más allá del enfrentamiento despiadado en el que una de las partes perece; se trata de un nexo de gran profundidad, de ahí que incluso las secreciones del animal terminan por ser algo conocido y experimentado al detalle. Un aspecto a resaltar es que, en los mencionados capítulos de la novela, encontramos dos veces el nombre de Paracelso, quien estudió las cualidades químicas, medicinales o fatales de las sustancias y llegó a proponer, como entendido alquimista que era, correspondencias entre estas y el mundo espiritual.

«La parte líquida del mundo». Las costumbres marinas

Los marineros dejan de ser seres de tierra firme. El conocimiento de esa masa interminable, poderosa, que es el océano –así como de los monstruos, de muy diversa índole, que lo habitan– forja otro tipo de ser humano.

Los cazadores de ballenas pueden ser, cuando así se requiere, crueles y sanguinarios con el animal que se retuerce y se debate por su vida, mientras recibe las embestidas de las lanzas. Para enfrentarse a un leviatán se necesita ferocidad; pero también se precisa consciencia de la propia fragilidad. En el relato de Melville, que en este aspecto –y en muchos otros– es fiel a la realidad que refleja, el marinero no se siente superior a la ballena; al contrario, se siente vulnerable ante su majestuosidad y su poder, se siente humano y mortal. Y quien se sabe de esta manera, comprende mucho de sí mismo.

Los marineros también adquieren la más férrea disciplina. No solo porque aceptan naturalmente estar supeditados a seguir órdenes, tal como relata Ismael al comienzo de la novela, sino porque sus condiciones de vida son ásperas, carentes de toda comodidad. Entonces no hay reticencia hacia ninguna tarea, bajo las condiciones que sea. La dureza forja la voluntad, y la voluntad deriva en orden.

Barrer la cubierta de la nave es una tarea doméstica que, salvo durante las tormentas, se cumple regularmente todas las tardes. Hasta se ha visto barrer la cubierta en el momento de hundirse la nave. Tal es, caballeros, la rigidez de las costumbres marinas y el instintivo amor de los marineros por la limpieza: muchos de ellos no se resignarían a ahogarse sin lavarse antes la cara.

Personalmente, entre las frases más memorables del libro encuentro esa que culmina una reflexión de Ismael sobre el oficio de la caza de ballenas: «una nave ballenera fue mi Universidad de Yale y de Harvard». Moby Dick nos lleva, de la mano de su narrador, no solo por los detalles del oficio ballenero y por abundantes datos, de toda clase, sobre los fascinantes leviatanes; sino, también, a través de profundas reflexiones sobre le índole humana. La vasta, interminable extensión del océano, es un lugar especialmente propicio para la reflexión, como si aislarse de la vida «común» para entregarse a metódicas tareas, enfrentarse a salvajes monstruos y tormentas o dejarse arrullar por las olas apacibles dieran una perspectiva, también mucho más amplia, del propio ser.

El marinero crea un nexo filial con el mar, y esa conexión define su naturaleza. El océano es su hábitat, como para el resto de los seres humanos lo es la tierra.

ʽAllíʼ está su hogar, ʽallíʼ están sus trabajos (…) El hombre de Nantucket vive en el mar, como los gallos silvestres en la pradera; se oculta entre las olas y trepa como los cazadores de antílopes trepan los Alpes. Durante años no ve la tierra, de modo que cuando al fin regresa a ella le parece otro mundo, más extraño que la luna para un terráqueo (…) Al caer la noche el hombre de Nantucket, lejos de la tierra, recoge las velas y se echa a dormir, mientras bajo su almohada corren morsas y ballenas.

Imágenes de la ballena

Estos hombres también tienen el privilegio de conocer, mejor que cualquiera, a ese animal que se encuentra, ya lo hemos dicho, en el lindero con el mito. Para la época, el común de los seres humanos solo habría visto una ballena en dibujos u otra clase de reproducciones, las cuales, a menudo, carecían de exactitud. Incluso en los dibujos científicos, nos explica Ismael en el capítulo titulado «Sobre las monstruosas imágenes de las ballenas», se encontraban notables errores en cuanto a la fisionomía y anatomía de los cetáceos. Esto se debe a que los dibujantes solo tenían como referencia real y directa a ballenas varadas, muertas o moribundas.

La ballena viva, en toda la majestad de su aspecto, sólo puede verse en el mar, sumergida en aguas insondables; y en esas aguas su enorme masa está oculta como una nave guerrera; llevarla a la playa, en carne y hueso, al aire, fuera de su elemento natural, de manera tal que se conserven sus poderosas curvas y ondulaciones, será siempre una empresa imposible para el hombre.

Ismael nos habla de ilustraciones chinas en porcelana; de esculturas orientales y pinturas; bordados hechos en antiguos libros; de «las insignias colgadas sobre las tiendas de los vendedores de aceite (…) con gibas de dromedario, y muy feroces». En un capítulo titulado «De las ballenas pintadas: en dientes; en madera; en planchas de hierro; en montañas; en estrellas», nos cuenta de reproducciones primitivas y de constelaciones que hacen referencia al animal legendario. Encontramos, además, un capítulo dedicado a la descripción del misterioso chorro arrojado por el cachalote desde su cabeza, y otro apartado dedicado a celebrar la belleza de su cola.

No hay cosa viviente en que las líneas de la belleza estén más exquisitamente definidas que en los bordes en forma de media luna de esas aletas.

La imagen de la ballena es tan feroz como bella. En ella coexisten lo sublime y la monstruosidad. El cazador lo sabe, para él este animal es un tótem: conoce la forma de trocearla y extraer de ella diversidad de materias para fines específicos; se alimenta de su carne; muchas de sus herramientas y objetos de la vida diaria provienen del animal, cuyo espíritu está presente en cada jornada, en el aire que respiran. La ballena representa el horror, aquello que amenaza y a lo que hay que enfrentarse; pero, como todo símbolo, tiene dos o muchas caras, y en ocasiones se muestra en toda su placidez, en toda su belleza, y el marinero no puede sino contemplarla.

Suspendidas en esas bóvedas marinas flotaban las madres que criaban a sus hijos y otras que, por su enorme circunferencia, parecían próximas a parir. Como ya he insinuado, el lago era muy transparente (…) Y así, aunque rodeados por círculo tras círculo de consternación y terror, esas inescrutables criaturas del centro se entregaban libremente a todas las ocupaciones de la paz y retozaban en un dichoso abandono.

El océano puede ser salvaje o apacible, y muchas veces refleja el ánimo interno del quien lo observa. De la misma forma, aunque se encuentre ajena a nuestro mundo y a sus juicios de valor, a la ballena se le atribuyen nobleza o maldad, gracia o espanto, y de ahí sus múltiples representaciones. El animal no es una u otra cosa, su inocencia se encuentra más allá del bien o el mal; el hombre la convierte en una encarnación de su propia psique, de sus propias virtudes o bajezas.

Escribir sobre grandes cosas

Para producir un gran libro hay que elegir un gran tema. Nadie podrá escribir nunca ninguna obra grande y perdurable sobre las pulgas, aunque muchos lo hayan intentado.

Podríamos decir mucho más sobre el poderoso simbolismo de la ballena, que tiene que ver con el ciclo de la vida y la muerte –Jonás en el vientre de la ballena es una metáfora del «descenso a los infiernos» seguido de la resurrección–. Este animal es, también, lo que se denomina un «cosmóforo», ya que en diferentes cosmogonías funge como soporte del mundo y de todo lo creado (Chevalier, 172, 173; Chevalier, Jean y Alain Gheerbrant. Diccionario de símbolos, p. 171. Herder. Barcelona, 1986).

La ballena, en sí, es un tema fecundo, pero sabemos que no es el único abordado por Melville en Moby Dick. Este libro es muy extenso, literal y metafóricamente. Nos habla de temas como la religión y la locura, e incluso toca cuestiones metafísicas. Algo muy interesante es la cantidad de referencias filosóficas que encontramos en la novela, sin contar las alusiones a pasajes bíblicos y a otras obras literarias.

Pero, tal vez, lo que lo hace más «grande» a Moby Dick –aunque en su momento no haya sido muy bien recibida por la crítica– sea su carácter trágico.

El mortal que lleva en sí más dicha que dolor no es sincero: o no es sincero, o no se ha desarrollado plenamente. Lo mismo ocurre con los libros.

El Pecquod avanza hacia un fin que parece irremediable, conducido por la ira de Ahab. Como en toda tragedia, hay un ente que funge de oráculo: en este caso el parsi, ese hombre oscuro y misterioso, cuya presencia es siempre inquietante. La nave, en el trayecto hacia su fatal desenlace, también se encuentra con una serie de malos augurios: tormentas, ballenas muertas, otras embarcaciones que han corrido con poca fortuna, el empeño del capitán por ir siempre con el viento en contra.

Pero, detrás de la ira de Ahab, lo que se encuentra realmente es el dolor de Ahab y, por extensión, el dolor inherente a los seres humanos, que es lo que constituye el corazón de la tragedia.

Rastrear las genealogías de los profundos dolores mortales nos lleva hasta la paternidad primordial de los dioses (…) Hay que admitir esto: ni siquiera los dioses son eternamente felices. La marca del nacimiento, triste e imborrable en la frente del hombre, no es sino la huella del dolor de quien lo ha creado.

El dolor nos hace grandes y excelsos, y nuestro tránsito por él nos acerca a los dioses. Melville basó su novela en el desafortunado naufragio del Essex, un barco ballenero que zarpó desde Nantucket en 1819 (Antón, Jacinto. Reportaje: En el corazón de la ballena. El País., 22 de noviembre de 2015) y que, debido al supuesto ataque de un cachalote, nunca volvió a tierra firme. No obstante, de lo que más se nutrió el autor para escribir esta y otras de sus novelas, fue de sus muchos años como marinero.

El océano parece haber sido, realmente, la mayor escuela de Melville. Es él quien nos dice a través de Ismael, que de esa masa informe se pueden obtener las más altas enseñanzas, incluyendo aquellas relativas a la profunda naturaleza humana y sus pasiones. De la contemplación de esa extensión interminable que es la «parte líquida del mundo», surgió una de las más grandes obras de la literatura universal.

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