‘Respiración artificial’ de Ricardo Piglia

Respiración artificial tiene dos características, es una novela tipo ‘matrioshka’, es decir, no cuenta una sola historia, sino cuatro, cuyo hilo conductor es Emilio Renzi que es el protagonista y narrador de tres de ellas, la otra historia crea la ilusión de que las contiene a las otras tres. Además, se caracteriza por hacer de la imaginación el lugar de encuentro entre dos personajes históricos y disímiles entre sí como fueron Hitler y Kafka y las consecuencias que pudo haber tenido dicha charla.

Para ese día de noviembre de 2013 había leído muy poco de su obra. Un fragmento de El último lector, ¿qué fragmento? Ni siquiera lo recuerdo. Sólo que era lectura obligatoria para la universidad, nada más; y el cuento «La loca y el relato del crimen». Me gustó ese relato de la mujer que perdió su mente, pero era la única testigo de un crimen. (Un mes después presenté como trabajo final una ambigüedad para una de las materias más temidas de la universidad. En esa ambigüedad estaba incluido este relato. Más bien no reprobé esa materia, más bien tenía puntos que solventaban mi aprobación, pero estoy divagando).

Esos fueron los únicos acercamientos que tuve a la obra de Ricardo Piglia. Ese día de noviembre solamente estaba esperando la llegada del invitado a la Feria Internacional del Libro de Santiago (Filsa) sin fanatismo, pero con curiosidad. El que sí lo esperaba con ansiedad era mi amigo el poeta sonetista uruguayo Leonardo León.

Cuando lo vi entrar al salón donde impartiría la charla me pareció ver a Bilbo Bolsón de El señor de los anillos. No muy alto, hombre de más de sesenta años, caminaba a pasos acelerados como si lo único que quisiera fuese llegar, lo más rápido posible, a la mesa del frente, evitando a toda costa a todos los lectores piglianos que le abordaban con un sinfín de libros para que los autografíe. Parecía molesto o cansado de ese asedio. Mi amigo poeta lo saludó muy respetuosamente y le hizo un comentario sobre una obra específica, creo que era sobre uno de sus ensayos. Ricardo Piglia giró a observarlo, se detuvo un instante para intercambiar unas cuantas palabras con el poeta sonetista uruguayo. Yo estaba detrás junto con otra poeta, las dos estábamos mirando esta fugaz charla en silencio. Sólo fue un intercambio de palabras entre dos desconocidos, que lo único que tenían en común era el aprecio por la palabra escrita; luego el escritor argentino giró y continuó su paso rápido y fue a sentarse a la silla que cordialmente le ofrecían los encargados de la Filsa.

Ése fue el único encuentro en persona que tuve con el escritor argentino, muy a la rápida, sin mucho interés por mi parte sin ningún interés por parte suya. Si en ese entonces habría leído Respiración artificial, tal vez hubiese sido parte de esos fanáticos que lo abordaban en la Filsa. Sigue muy fresca en mi cabeza las palabras que leí en esta novela. Cierro los ojos y me parece que escucho esa parte de la conversación entre el polaco expatriado Tardewski y Emilio Renzi que me pareció fascinante, extrema, intensa. No suelo usar adjetivaciones, pero esa conversación entre estos dos personajes me impactó porque trasciende la ficción y también trasciende la realidad.

Iré por partes. El plato fuerte lo dejaré para el final.

Nació el 24 de octubre de 1940, en Androgué, Argentina y murió a principios de este año (6 de enero, 2017) a causa de las complicaciones que padecía hace dos años, la esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Un poco de información tipo nota de prensa que todo el mundo puede indagar poniendo en un buscador el nombre de este escritor. ¡Hay tanto material que se ha escrito sobre él como de su obra! Papeles que podrían pavimentar kilómetros y kilómetros de una gran avenida… Incluso este escrito, posiblemente vaya a ser una contribución para ese empapelamiento de aquella vía imaginaria.

Leila Guerriero en la entrevista que denominó «Delator de realidades» realizada a Piglia explica que cuando apareció Respiración artificial Argentina se encontraba bajo el yugo dictatorial de Videla: «Todos vieron subterráneas alusiones a la dictadura, que se multiplicaron en el espíritu de los lectores asfixiados de la época, y Piglia devino un autor fundamental», pero ¿qué pasa cuando lees una novela muchos años después, mucho después de que ésa como otras dictaduras en América Latina hayan acabado?, ¿qué pasa cuando lees una novela de esta clase y no tienes como recuerdo vivencial un régimen dictatorial? El escritor en dicha entrevista le dijo a la cronista: «El libro sintonizó con algo. De una manera completamente ajena, porque yo no tenía ninguna intención de decir: ‘Voy a escribir un libro sobre la dictadura’. Yo, en realidad, quería escribir la historia de un tío mío».

Las obras, las buenas obras son anacrónicas porque no se estancan en el momento socio histórico en el que fueron concebidas. Cuando un lector nuevo de cualquier época lea estos libros siempre encontrará nuevos sentidos, nuevas interpretaciones.

Como una matrioshka

Lo confieso, tengo predilección por esas novelas que no sólo cuentan una historia sino varias a la vez y, de alguna manera, todas ellas se enlazan entre sí.

Las matrioshkas son esas muñecas rusas huecas por dentro que cuando levantas una te encuentras otra más pequeña por dentro, y luego otra y otra y así sucesivamente. En algunos casos, es la misma muñeca pero reducida en tamaños diferentes, se podría decir que todas ellas tienen ese lazo en común. Manteniendo esta lógica, Respiración artificial tiene a su protagonista Emilio Renzi como el lazo que relaciona a todas las otras historias.

Si tuviese que resumir esta novela compleja, la simplificaría de esta manera: Emilio Renzi reconstruye la historia de su tío Marcelo Maggi a través de la comunicación epistolar que mantiene con aquél, luego tiene una entrevista con Luciano Ossorio y, finalmente, conoce y tiene una increíble charla con Vladimir Tardewski. Tres historias: la de Marcelo Maggi, la del exsenador Luciano Ossorio y la del polaco expatraido Vladimir Tardewski, falta una historia para tener a la matrioshka completa: la de Enrique Ossorio que cuenta su historia desde sus escritos autobiográficos ciento cincuenta años antes de las otras tres historias. Esta otra narrativa es la que puede llegar a confundir al lector porque, según Enrique, escribe una novela sobre el futuro y en un momento parece que las otras historias son contenidas por ésta.

¿Quiénes son esos otros dos personajes? Son junto a Enrique Ossorio, el abuelo de Luciano, los personajes más importantes de esta novela, cada uno con su historia particular. Cada uno, de una u otra forma interactúa con Renzi, por eso es el lazo en común de esta matrioshka que es Respiración artificial.

El soporte escritural

Emilio Renzi publica una novela de tipo familiar, en la que relata lo que para él era la enigmática vida de su tío: «¿Hay una historia? Si hay una historia empieza hace tres años. En abril de 1976, cuando se publica mi primer libro, él me manda una carta…».

Cartas sobre los secretos y engaños familiares, rectificaciones por el propio Maggi; cartas de corte pedagógico de un tío que enseña a su sobrino sobre literatura, y sobre todo historia y más específicamente sobre los Ossorio, el exsenador Luciano Ossorio y el bisabuelo, Enrique Ossorio secretario de Juan Rosas en la época independista de Argentina. Fue acusado de ser espía de Lavalle, por tal motivo fue exiliado. En su exilio se dedica a buscar oro y a escribir sus memorias y algunos escritos que según este personaje se conectarán con los sucesos de 1970, casi 150 años después de su existencia.

Luciano Ossorio, hombre nonagenario…

Los hijos lo tenían recluido en un ala de la casa y le daban toda la droga que quisiera con tal que se dejara de joder. Yo lo quiero a ese hombre, me escribía Maggi, y si te confundió conmigo es porque yo tenía tu edad cuando empecé a frecuentarlo. Siempre me entendí mejor con él que con su hija Esperancita, a quien Dios tenga en la gloria. A veces lo sacaba a tomar sol, empujando la silla de ruedas, y el viejo estaba hablando lo más tranquilo y de pronto daba vuelta la cara, lívido, y me decía: Nunca aceptés decir un discurso arriba de un palco aunque sea el 25 de mayo. ¿Me oís, Marcelo? Aunque sea el 25 de mayo y esté el embajador inglés y toda la parentela, vos no aceptés porque es ahí donde los tipos aprovechan para meterte un tiro en la columna vertebral.

Este hombre tullido estaba interesado en reconstruir la historia de Enrique Ossorio, y veía en Marcelo al hombre que por medio de un escrito biográfico limpiaría el honor del que fue su bisabuelo.

Emilio relata esa comunicación epistolar que mantuvo por un tiempo con su tío. Aunque tal vez habría preferido saber más de Marcelo, éste poco a poco empieza a contarle menos de sí mismo y más sobre el libro que escribe:

De hecho, la historia de Enrique Ossorio se fue construyendo para mí, de a poco, fragmentariamente, entreverada en las cartas de Marcelo. Porque él nunca me dijo explícitamente: Quiero hacerte conocer esta historia, quiero hacerte saber qué sentido tiene para mí y lo que pienso hacer con ella. Nunca me lo dijo de un modo directo pero me lo hizo saber, como si en un sentido ya me hubiera nombrado su heredero, como si previera lo que iba a pasar o lo temiera. Lo cierto es que yo fui reconstruyendo, fragmentariamente, la vida de Enrique Ossorio.

Así va yendo y viniendo la comunicación epistolar entre tío y sobrino hasta que es interrumpida por Marcelo. En la última carta que le escribe a su sobrino le pide que visite a Luciano Ossorio y luego le invita a Concordia, el pueblo donde habitaba desde hace unos años, para por fin conocerse en persona. Emilio escribe una breve reflexión sobre la comunicación epistolar a modo de que desista de ya no escribirle más:

Hace un rato recibí tu carta. Punto uno: por supuesto iré a verte cuando quieras. Punto dos: ¿qué significa el aviso de que por un tiempo no voy a recibir noticias tuyas? Quiero aclararte que no tenés ninguna obligación de escribirme a fecha fija, ninguna obligación de contestarme a vuelta de correo o cosa parecida. No me parece que se trate de jugar una carta atrás de otra como en el truco. No me parece que haya que confundir la correspondencia con una deuda bancaria, si bien es cierto que en algo están ligadas: las cartas son como letras que se reciben y se deben. Uno siempre tiene algún remordimiento por algún amigo al que le debe una carta y no siempre la alegría de recibirlas compensa la obligación de contestarlas. Por otro lado, la correspondencia es un género perverso: necesita de la distancia y de la ausencia para prosperar.

Monólogo de un exsenador

¿Delirio o realidad?:

¿Las imagino, las sueño? ¿Esas cartas? No me están dirigidas. No estoy seguro, a veces, de no ser yo mismo quien las dicta. Sin embargo», dijo, «están ahí, sobre ese mueble ¿las ve? Ese manojo de cartas», ¿las veía yo?, sobre ese mueble. «No las toque», me dijo. «Hay alguien que intercepta esos mensajes que vienen a mí. Un técnico», dijo, «un hombre llamado Arocena. Francisco José Arocena. Lee cartas. Igual que yo. Lee cartas que no le están dirigidas. Trata, como yo, de descifrarlas. Trata», dijo, «como yo de descifrar el mensaje secreto de la historia.

¿Esas cartas, de verdad existen? O son solamente ¿los desvaríos de un viejo drogadicto?, ¿las veía Emilio?, son cartas que le escriben los muertos le confía Luciano. Cartas que vienen de un pasado, escritos que hablan de un futuro…

Francisco José Arocena, ¿quién es este tal Arocena? Parece una especie de espía, pero tampoco queda claro si realmente lo es, lo único que prevalece es la sugerencia de esa posibilidad:

«Usted, joven», dijo después, «usted entonces irá a verlo a Marcelo. Debe decirle esto: Que se cuide. Que apenas recibo ya sus cartas. Hay interferencias, graves riesgos. Que se cuide y se resguarde. Arocena, ese mandria, interrumpe la comunicación, interfiere los mensajes. Trata de descifrarlos. ¿O son mis hijos los que custodian la entrada y no dejan pasar las palabras a este lado?

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