‘El juguete rabioso’ de Roberto Arlt

Silvio Astier, personaje principal de ‘El juguete rabioso’ (1926) de Roberto Arlt, atraviesa su vida en una relación constante entre literatura, dinero y delito. La obra pone en jaque el canon literario argentino de entonces y aún estremece su actualidad.

Roberto Arlt escribe La vida puerca, nombre original de su primera novela, tiempo antes de que se publique; las peripecias por lograr que el texto se diera a conocer, a veces nos recuerda la perseverancia y la obstinación de algunos de sus personajes cuando se proponen algún cometido. Así es como en un principio, el texto fue rechazado por la Editorial Claridad; pero finalmente, Ricardo Güiraldes, responsable del cambio del título, lo incita y ayuda a publicarlo en la Editorial Latina, gesto que Arlt retribuye dedicándole la novela. Mucho se ha hablado acerca de la similitud entre la novela y la vida del escritor: Astier y Arlt comparten el deseo por lo literario en una incesante interrupción por la necesidad de trabajar. Sin embargo, más allá de ése y otros rasgos autobiográficos, el contexto de publicación de la obra trae consigo las problemáticas literarias de la época que, además, evidencian las problemáticas sociales y económicas de la Argentina de principio del siglo XX y, por qué no, de las actuales.

En ese sentido, no es posible leer a Roberto Arlt sin mencionar que durante los años 1920 y 1930 la producción literaria estuvo dividida en dos grupos que obtuvieron el nombre de Florida y Boedo. Ambos se nombraron así por las que calles en las que estaban situadas sus revistas, Martin Fierro y Claridad, respectivamente. Florida concebía la literatura a partir de la estética, del juego con lo formal, de la experimentación y ruptura que tomaron de las vanguardias europeas de las que sus escritores se influenciaron. En cambio, Boedo pensaba a lo literario desde lo social, prevalecía el contenido frente a la forma y creían en la revolución proletaria, bandera que enarbolaron a partir de la lucha comunista de la Unión Soviética. Lo que hoy puede resultar reconciliable entre ambas ideas sobre la literatura, en aquel momento era imposible. Los tiempos y las utopías para un bando o para el otro demandaban una pertenecía y una convicción que hoy difícilmente podamos encontrar.

De cualquier forma, la oposición mencionada es analizada desde la crítica literaria y por lo tanto, la vinculación a un sector u otro no siempre es clara. Roberto Arlt es un ejemplo notable de esta tensión ya que si bien muchos rasgos de su vida y el estilo de su obra podrían clasificarse como un escritor del grupo Boedo, el tono amargo y trágico que adopta hacia el final El juguete rabioso genera que Elías Castelnuovo, uno de los máximos representantes del grupo Boedo, rechace la publicación de su texto. A su vez, quien ayuda al escritor a publicarla es Ricardo Güiraldes, escritor vinculado al grupo Florida, para quien Arlt trabajaba.

A pesar de la increíble complejidad que posee su novela, una de las primeras cosas que pienso cuando escribo sobre Arlt es que se lo acusó de escribir mal, de escribir con errores. Es cierto, no era un escritor culto en el sentido que el canon entiende a lo letrado, a lo erudito, a Borges, al grupo Florida. Pero es en esa falta donde se enaltece como escritor. Escribir bajo su código significa mostrar la falta de dinero. Es decir, es poner de manifiesto que el acceso a lo que se consideraba culto se permite a través del dinero. En ese sentido, escribir es evidenciar los problemas de acceso a la cultura: evidenciar el error, la falta de decoro, lo soez. Por lo tanto, la elección de escribir en y desde el subsuelo no es sólo literaria sino también, económica y política. Tal vez, escribía mal; pero el problema no fue ése sino la falta de comprensión de su texto. No se entendió en su época que él estaba vaticinando el acontecer de un sujeto asquerosamente actual y lo que no se comprende, naturalmente, se ataca.

Querer ser entre la literatura, el dinero y el delito

La novela se divide en cuatro capítulos cuyos nombres anticipan de forma explícita el contenido que desarrollarán. En Los ladrones, el primero, y en Los trabajos y los días, el segundo, Silvio Astier narra en el seno de un ambiente marginal, los delitos y las labores en los que se involucra para conseguir dinero y para progresar. De cualquier forma, la presencia de lo literario es la que articula y le da validez a su vida. En ese sentido, así se da inicio a la novela:

Cuando tenía catorce años me inició en los deleites y afanes de la literatura bandoleresca un viejo zapatero andaluz que tenía su comercio de remendón junto a una ferretería de fachada verde y blanca, en el zaguán de una casa antigua en la calle Rivadavia entre Sud América y Bolivia. Decoraban el frente del cuchitril las polícromas carátulas de los cuadernillos que narraban las aventuras de Montbars el Pirata y de Wenongo el Mohicano. Nosotros los muchachos al salir de la escuela nos deleitábamos observando los cromos que colgaban en la puerta, descoloridos por el sol.

Ese primer fragmento, evidencia no sólo el encuentro inicial entre Silvio Astier y la literatura sino también, el vínculo que entabla con ella: el placer que genera la lectura y la trasmisión de la misma mediante un obrero inmigrante en el contexto del bajo Buenos Aires. A su vez, la adquisición literaria se da mediante el alquiler del tomo por cinco centavos. En ese sentido, se pone de manifiesto la clase social de pertenencia del protagonista ya que es un poseedor transitorio de la cultura; la presencia constante del dinero interrumpe el tiempo de ocio que implica leer con la necesidad económica y la toma de conciencia de que la literatura es una mercancía:

—Cuidarlo, niño, que dineroz cuesta —y tornando a sus menesteres inclinaba la cabeza cubierta hasta las orejas de una gorra color ratón, hurgaba con los dedos mugrientos de cola en una caja, y llenándose la boca de clavillos continuaba haciendo con el martillo toc… toc… toc… toc…

La literatura aparece desde el inicio como dinero porque se pone en evidencia su valor mercantil. A su vez, en cada paso que da el personaje, recuerda fragmentos de los textos leídos. En ese sentido, Astier recrea en su vida la literatura que anhela pero que no puede terminar de poseer sino a través de la repetición:

Dicha literatura, que yo devoraba en las «entregas» numerosas, era la historia de José María, el Rayo de Andalucía, o las aventuras de don Jaime el Barbudo y otros perillanes más o menos auténticos y pintorescos en los cromos que los representaban de esta forma: Caballeros en potros estupendamente enjaezados, con renegridas chuletas en el sonrosado rostro, cubierta la colilla torera por un cordobés de siete reflejos y trabuco naranjero en el arzón. Por lo general ofrecían con magnánimo gesto una bolsa amarilla de dinero a una viuda con un infante en los brazos, detenida al pie de un altozano verde.

Entonces yo soñaba con ser bandido y estrangular corregidores libidinosos; enderezaría entuertos, protegería a las viudas y me amarían singulares doncellas.

Necesitaba un camarada en las aventuras de la primera edad, y éste fue Enrique Irzubeta.

La literatura como aprendizaje, no obstante, está garantizada por la necesidad de sobrevivir en el mundo del delito. Así es como organizan junto a Enrique Irzubetay Lucio el Club de los caballeros de la media noche. En ese sentido, el último robo que realiza esta organización es una perfecta síntesis de la novela, no hay nada más simbólico que apropiarse de forma ilegal del recinto cultural de lo que entendemos como el primer acceso social al mundo de lo letrado: asaltar la biblioteca de una escuela. Es decir, se podría hurtar cualquier objeto de valor que pueda venderse para obtener dinero; pero la elección de robar libros no es inocente, lo que se pretende sabotear es la desigualdad de oportunidades en el acceso al mundo de lo culto. Además, Astier se presenta a sí mismo como adolescente y se evidencia, a lo largo de la novela, que ante la necesidad de trabajar no puede acceder al mundo estudiantil.

A su vez, el dinero que se obtiene en la organización mediante los robos no tiene el valor de cambio corriente porque es el resultado de una experiencia literaria; en definitiva, para poder pertenecer a ese otro mundo hedonista que implica la lectura es necesario robar según la lógica de la novela. En primer lugar, porque para acceder a esos placeres se necesita dinero; pero al no tenerlo, la única forma en la que Astier los puede conseguir es recreando en su propia vida las andanzas de Rocambole, personaje folletinesco de Ponson du Terrail al que el protagonista alude de forma constante. Por lo tanto, el dinero que se obtiene con los actos delictivos tiene un valor literario:

Así vivíamos días de sin par emoción, gozando el dinero de los latrocinios, aquel dinero que tenía para nosotros un valor especial y hasta parecía hablarnos con expresivo lenguaje.

Los billetes de banco parecían más significativos con sus imágenes coloreadas, las monedas de níquel tintineaban alegremente en las manos que jugaban con ellas juegos malabares. Sí, el dinero adquirido a fuerza de trapacerías se nos fingía mucho más valioso y sutil, impresionaba en una representación de valor máximo, parecía que susurraba en las orejas un elogio sonriente y una picardía incitante. No era el dinero vil y odioso que se abomina porque hay que ganarlo con trabajos penosos, sino dinero agilísimo, una esfera de plata con dos piernas de gnomo y barba de enano, un dinero truhanesco y bailarín, cuyo aroma como el vino generoso arrastraba a divinas francachelas.

Has leído 1.632 de 3.142 palabras de este artículo

Para seguir leyendo te solicitamos una pequeña contribución con la que nos ayudarás a seguir publicando Clave de Libros

Después de realizar el pago podrás acceder a la versión completa del artículo y recibirás una copia del mismo en tu correo electrónico. Así podrás leerlo siempre que lo desees.

Comentarios

Deja un comentario