‘La campana de cristal’ de Sylvia Plath

Ser humano atormentado, mujer adelantada para su época, víctima de circunstancias de vida difíciles y de un matrimonio nocivo: Sylvia Plath es todo eso, pero ante todo es a través de su escritura.

Desde los alrededores de Nueva Inglaterra

Sylvia Plath nació Boston, EE.UU., el 27 de octubre de 1932. Principalmente es reconocida como poeta, sin embargo, escribió La campana de cristal –novela semiautobiográfica que ve la luz bajo el seudónimo de Victoria Lucas en 1963–, relatos, ensayos y sus diarios –los cuales han sido aclamados como textos de gran valor literario–.

Inició sus estudios universitarios en el Smith College, de donde se graduó en el año de 1955. Posteriormente obtuvo una beca Fulbright para realizar estudios en la Universidad de Cambridge, donde conoció al poeta Ted Hughes, con el cual contrajo matrimonio en 1956.

Durante mucho tiempo se pensó que la muerte de su padre cuando era niña, produjo una inestabilidad emocional que la llevó a un intento de suicidio el mismo año en que ingresa a la universidad. Sin embargo, posteriormente se ha especulado que Plath padecía de trastorno bipolar, el cual producía las constantes depresiones y deseos de suicidio que la acompañaron hasta 1963, año en que decide acabar con su vida. El primer intento de suicidio de la autora es tratado en La campana de cristal, donde Esther Greenwood se convierte en un alter ego de Plath:

Un sentimiento lleno de ternura me llenó el corazón. Mi heroína sería yo misma, aunque disfrazada. Se llamaría Elaine. Elaine. Conté las letras con los dedos. Esther también tenía seis letras. Parecía un buen presagio.

Sylvia/Esther/Elaine

La relación entre la trama de la novela y la vida de la propia autora es evidente. En el texto, Esther es una estudiante de Lengua Inglesa en un pueblo de los alrededores de Boston, que gana un concurso de una revista de modas –gracias a un ensayo de su autoría–, el cual otorga como premio un trabajo en la Ciudad de Nueva York durante un mes.

A lo largo de las páginas de la novela, observamos como Esther nunca está satisfecha con lo que le sucede. Al inicio del texto se presenta a la protagonista desde una prometedora llegada a Nueva York, pero poco a poco iremos siendo testigos de la debacle emocional que la va apoderando. Al regresar a la casa de su madre en Boston luego del término de la beca en Nueva York, se zambulle en un período de depresión –que la conduce al intento de suicidio– y que, finalmente, lleva a la protagonista por un proceso de consultas psiquiátricas, terapias de electroshock e internamientos en instituciones de salud mental. Si en un principio creemos que Esther no se siente satisfecha en ningún lugar ni alrededor de nadie, poco a poco nos damos cuenta que esa insatisfacción no proviene del entorno que la rodea, sino de su propio interior. La misma menciona:

El silencio me deprimía. No era realmente el silencio. Era mi propio silencio.

El monólogo interior de la protagonista nos hace saber que ella desea escribir y viajar, pero no desea cuestionarse acerca de qué futuro le espera en su vida. Uno de los pasajes más hermosos del texto habla acerca de la encrucijada en la que se siente posicionada Esther y en su imposibilidad de elegir ante las proyecciones de vida que se presentan ante ella:

Vi mi vida extendiendo sus ramas frente a mí como la higuera verde del cuento. De la punta de cada rama, como si de un grueso higo morado se tratara, pendía un maravilloso futuro, señalado y rutilante. Un higo era un marido y un hogar feliz e hijos y otro higo era un famoso poeta, y otro higo era un brillante profesor, y otro higo era E Ge, la extraordinaria editora, y otro higo era Europa y África y Sudamérica y otro higo era Constantino y Sócrates y Atila y un montón de otros amantes con nombres raros y profesiones poco usuales, y otro higo era una campeona de equipo olímpico de atletismo, y más allá y por encima de aquellos higos había muchos más higos que no podía identificar claramente. Me vi a mí misma sentada en la bifurcación de ese árbol de higos, muriéndome de hambre sólo porque no podía decidir cuál de los higos escoger. Quería todos y cada uno de ellos, pero elegir uno significaba perder el resto, y, mientras yo estaba allí sentada, incapaz de decidirme, los higos empezaron a arrugarse y a tornarse negros y, uno por uno, cayeron al suelo, a mis pies.

Los diferentes caminos que puede tomar la vida de Esther no logran emocionarla. Constantemente se confiesa como una persona que no desea tener que escoger una posibilidad para su vida, que anhela todas las opciones latentes y que esta falta de decisión ante el propio destino la llevará a no poder realizar nada concreto en su vida. A medida que avanzamos en la novela, vemos como esta imposibilidad se va convirtiendo en una inacción que va carcomiendo la mente de Esther, a tal punto que considera innecesario realizar tareas tan cotidianas como lavar su ropa o lavarse el pelo y se le vuelven imposibles actividades como el sueño y la escritura.

Aquella mañana había intentado escribirle una carta a Dooren, que estaba en West Virginia, preguntándole si podía vivir con ella y quizá conseguir un empleo en su universidad, de camarera o de otra cosa. Pero cuando cogí la pluma, mi mano hizo letras grandes, espasmódicas, como las de un niño, y las líneas se inclinaron en la página de la izquierda a derecha casi diagonalmente, como si fueran bucles de cordel dispuestos sobre la hoja y alguien hubiera venido y los hubiera soplado de lado. Sabía que no podía enviar una carta así, de modo que la rompí en pedacitos y los metí en mi bolso, junto al estuche de múltiples usos, por si el psiquiatra quería verlos.

La campana de cristal y su relación con los Diarios completos

El temor ante la imposibilidad de la escritura lo plasmó también en sus diarios, donde en algunos fragmentos del texto manifiesta su miedo ante la idea de no poder escribir la novela que tiene en mente. Es importante destacar el lugar que, en su ámbito de creación personal, le otorgó a la vida y obra de la escritora inglesa Virginia Woolf. Plath menciona en sus Diarios completos lo siguiente:

Me encanta Woolf […] Pero en el verano negro de 1953 yo sentí que estaba replicando su suicidio. Solo que yo sería incapaz de meterme en un río y ahogarme. Supongo que siempre seré excesivamente vulnerable y algo paranoica. Pero también soy condenadamente sana y resistente. Y tengo la sangre dulce como una tarta de manzana. Solo que tengo que escribir y esta semana ya me siento angustiada porque no he escrito nada últimamente. La Novela se ha convertido en una idea tan grande que me da pánico. Sin embargo, sé y siento que he vivido muchas cosas, y que precisamente por eso he acumulado tanta experiencia para mi edad; he dejado atrás la moral convencional y me he forjado mi propia moral, que consiste en el compromiso en cuerpo y alma con la fe en ser capaz de construirme una vida que merezca la pena. No obstante, no tengo otro dios que el sol (Sentí que estaba replicando el suicidio de Virginia Woolf. Lunes por la tarde, 25 de febrero de 1957).

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