‘Loco afán. Crónicas de sidario’ (1996) de Pedro Lemebel instala el SIDA como consecuencia de las políticas fascistas y heteronormativas de la dictadura y también, de la posterior democracia chilena. La enfermedad y la muerte en una militancia constante que gana vida y goce.
Leer los mejores libros, una misión para toda la vida
Publicaciones sobre Biografías y Memorias
‘La invención de la soledad’ de Paul Auster
‘La invención de la soledad’ de Paul Auster trata sobre el escritor que escribe para recordar a su padre en vida. También escribe sobre su papel como padre de su primogénito Daniel, además y sobre todo, de la soledad y del oficio como escritor.
‘Apuntes del subsuelo’ de Fiódor Dostoyevski
‘Apuntes del subsuelo’ es una novela clave para comprender el universo narrativo de Dostoyevski. A través del monólogo del protagonista, el autor se aventura en las profundidades de la psique humana donde confluyen sentimientos tan antagónicos como el amor y el odio.
‘La campana de cristal’ de Sylvia Plath
Ser humano atormentado, mujer adelantada para su época, víctima de circunstancias de vida difíciles y de un matrimonio nocivo: Sylvia Plath es todo eso, pero ante todo es a través de su escritura.
Desde los alrededores de Nueva Inglaterra
Sylvia Plath nació Boston, EE.UU., el 27 de octubre de 1932. Principalmente es reconocida como poeta, sin embargo, escribió La campana de cristal –novela semiautobiográfica que ve la luz bajo el seudónimo de Victoria Lucas en 1963–, relatos, ensayos y sus diarios –los cuales han sido aclamados como textos de gran valor literario–.
Inició sus estudios universitarios en el Smith College, de donde se graduó en el año de 1955. Posteriormente obtuvo una beca Fulbright para realizar estudios en la Universidad de Cambridge, donde conoció al poeta Ted Hughes, con el cual contrajo matrimonio en 1956.
Durante mucho tiempo se pensó que la muerte de su padre cuando era niña, produjo una inestabilidad emocional que la llevó a un intento de suicidio el mismo año en que ingresa a la universidad. Sin embargo, posteriormente se ha especulado que Plath padecía de trastorno bipolar, el cual producía las constantes depresiones y deseos de suicidio que la acompañaron hasta 1963, año en que decide acabar con su vida. El primer intento de suicidio de la autora es tratado en La campana de cristal, donde Esther Greenwood se convierte en un alter ego de Plath:
Un sentimiento lleno de ternura me llenó el corazón. Mi heroína sería yo misma, aunque disfrazada. Se llamaría Elaine. Elaine. Conté las letras con los dedos. Esther también tenía seis letras. Parecía un buen presagio.
Sylvia/Esther/Elaine
La relación entre la trama de la novela y la vida de la propia autora es evidente. En el texto, Esther es una estudiante de Lengua Inglesa en un pueblo de los alrededores de Boston, que gana un concurso de una revista de modas –gracias a un ensayo de su autoría–, el cual otorga como premio un trabajo en la Ciudad de Nueva York durante un mes.
A lo largo de las páginas de la novela, observamos como Esther nunca está satisfecha con lo que le sucede. Al inicio del texto se presenta a la protagonista desde una prometedora llegada a Nueva York, pero poco a poco iremos siendo testigos de la debacle emocional que la va apoderando. Al regresar a la casa de su madre en Boston luego del término de la beca en Nueva York, se zambulle en un período de depresión –que la conduce al intento de suicidio– y que, finalmente, lleva a la protagonista por un proceso de consultas psiquiátricas, terapias de electroshock e internamientos en instituciones de salud mental. Si en un principio creemos que Esther no se siente satisfecha en ningún lugar ni alrededor de nadie, poco a poco nos damos cuenta que esa insatisfacción no proviene del entorno que la rodea, sino de su propio interior. La misma menciona:
El silencio me deprimía. No era realmente el silencio. Era mi propio silencio.
El monólogo interior de la protagonista nos hace saber que ella desea escribir y viajar, pero no desea cuestionarse acerca de qué futuro le espera en su vida. Uno de los pasajes más hermosos del texto habla acerca de la encrucijada en la que se siente posicionada Esther y en su imposibilidad de elegir ante las proyecciones de vida que se presentan ante ella:
Vi mi vida extendiendo sus ramas frente a mí como la higuera verde del cuento. De la punta de cada rama, como si de un grueso higo morado se tratara, pendía un maravilloso futuro, señalado y rutilante. Un higo era un marido y un hogar feliz e hijos y otro higo era un famoso poeta, y otro higo era un brillante profesor, y otro higo era E Ge, la extraordinaria editora, y otro higo era Europa y África y Sudamérica y otro higo era Constantino y Sócrates y Atila y un montón de otros amantes con nombres raros y profesiones poco usuales, y otro higo era una campeona de equipo olímpico de atletismo, y más allá y por encima de aquellos higos había muchos más higos que no podía identificar claramente. Me vi a mí misma sentada en la bifurcación de ese árbol de higos, muriéndome de hambre sólo porque no podía decidir cuál de los higos escoger. Quería todos y cada uno de ellos, pero elegir uno significaba perder el resto, y, mientras yo estaba allí sentada, incapaz de decidirme, los higos empezaron a arrugarse y a tornarse negros y, uno por uno, cayeron al suelo, a mis pies.
Los diferentes caminos que puede tomar la vida de Esther no logran emocionarla. Constantemente se confiesa como una persona que no desea tener que escoger una posibilidad para su vida, que anhela todas las opciones latentes y que esta falta de decisión ante el propio destino la llevará a no poder realizar nada concreto en su vida. A medida que avanzamos en la novela, vemos como esta imposibilidad se va convirtiendo en una inacción que va carcomiendo la mente de Esther, a tal punto que considera innecesario realizar tareas tan cotidianas como lavar su ropa o lavarse el pelo y se le vuelven imposibles actividades como el sueño y la escritura.
Aquella mañana había intentado escribirle una carta a Dooren, que estaba en West Virginia, preguntándole si podía vivir con ella y quizá conseguir un empleo en su universidad, de camarera o de otra cosa. Pero cuando cogí la pluma, mi mano hizo letras grandes, espasmódicas, como las de un niño, y las líneas se inclinaron en la página de la izquierda a derecha casi diagonalmente, como si fueran bucles de cordel dispuestos sobre la hoja y alguien hubiera venido y los hubiera soplado de lado. Sabía que no podía enviar una carta así, de modo que la rompí en pedacitos y los metí en mi bolso, junto al estuche de múltiples usos, por si el psiquiatra quería verlos.
La campana de cristal y su relación con los Diarios completos
El temor ante la imposibilidad de la escritura lo plasmó también en sus diarios, donde en algunos fragmentos del texto manifiesta su miedo ante la idea de no poder escribir la novela que tiene en mente. Es importante destacar el lugar que, en su ámbito de creación personal, le otorgó a la vida y obra de la escritora inglesa Virginia Woolf. Plath menciona en sus Diarios completos lo siguiente:
Me encanta Woolf […] Pero en el verano negro de 1953 yo sentí que estaba replicando su suicidio. Solo que yo sería incapaz de meterme en un río y ahogarme. Supongo que siempre seré excesivamente vulnerable y algo paranoica. Pero también soy condenadamente sana y resistente. Y tengo la sangre dulce como una tarta de manzana. Solo que tengo que escribir y esta semana ya me siento angustiada porque no he escrito nada últimamente. La Novela se ha convertido en una idea tan grande que me da pánico. Sin embargo, sé y siento que he vivido muchas cosas, y que precisamente por eso he acumulado tanta experiencia para mi edad; he dejado atrás la moral convencional y me he forjado mi propia moral, que consiste en el compromiso en cuerpo y alma con la fe en ser capaz de construirme una vida que merezca la pena. No obstante, no tengo otro dios que el sol (Sentí que estaba replicando el suicidio de Virginia Woolf. Lunes por la tarde, 25 de febrero de 1957).
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‘Una habitación propia’ de Virginia Woolf
Una habitación propia tal vez sea la obra más famosa de Virginia Woolf. Se trata de un célebre ensayo publicado en 1929 cuya tesis fundamental es: «Una mujer tiene que tener dinero y una habitación propia para poder escribir novela». Un clásico sobre escritura y género.
Antes y después de la afirmación de que la mujer debe tener dinero y una habitación propia para escribir novela, siguen subyaciendo las preguntas sobre la verdadera naturaleza de la mujer y de la novela. Virginia Woolf atiende a estas cuestiones en unas conferencias dictadas en 1928 en Cambridge. Un año después se publica este texto que recupera esas conferencias, pero atravesándolas por la ficción: no se publica Una habitación propia como un libro puramente de no-ficción, o un ensayo, sino que Virginia Woolf crea una narradora ficticia (Mary Beton, Mary Seton…) y un espacio también ficticio (Oxbridge, que combina Oxford y Cambridge) para ubicar las conferencias, que se englobaban bajo el título “Mujeres y ficción.
No hace falta que diga que lo que voy a describir carece de existencia; Oxbridge es inventado; también Fernham;“yo” no es más que un término cómodo para alguien que no tiene existencia real. […]
Así pues, estaba yo (llamadme Mary Beton, Mery Seton, Mary Carmichael o con el nombre que más os guste, pues es cosa sin importancia) sentada a la orilla de un río, hace dos o tres semanas, en octubre de buen tiempo, absorta en mi pensamiento.
Fue en octubre de 1928 cuando las conferencias dictadas por Virginia Woolf tuvieron lugar en Cambridge. Es decir, esta ficción que Woolf crea en Una habitación propia toma esa experiencia fielmente, a pesar de ficcionarla, hasta en la referencia del mes.
Todo el comienzo del libro adquiere un tono mucho más poético que el que luego le seguirá y recrea el espacio/tiempo de los pensamientos y elucubraciones de esta narradora Mary para hacerle atravesar la idea, o más bien la denuncia, de que hay lugares en los cuales las mujeres no están permitidas. Atravesar esa triste realidad es solo el comienzo de un camino que acabará en la certeza de que las condiciones para la mujer no son las mismas que para los hombres, y que entonces los resultados jamás podrán ser semejantes hasta tanto no se alcance la igualdad. Pero antes de adelantarnos más, habría que regresar a las primeras páginas del libro, esas en las que la narradora, sumida en reflexiones intelectuales y magnífico entusiasmo, en medio de un ambiente casi bucólico, de jardines y biblioteca de Oxford o Cambridge, es decir, de Oxbridge, intenta entrar en ellos y se encuentra con barreras (masculinas) descritas con un alto grado de carga irónica pero también lírica:
Fue así como me encontré andando a toda velocidad por un césped. Al instante, una figura masculina se alzó para impedirme el paso. Ni me enteré al principio de que las muecas de ese objeto curioso, en frac y camisa de etiqueta, iban dirigidas a mí. Su rostro expresaba horror e indignación. Vino en mi ayuda el instinto más que la razón; él era un Bedel; yo era una mujer.
Y en la página siguiente, otro hombre-valla:
[…] pero yo estaba ya justo ante la puerta de entrada de la propia biblioteca. La debí de abrir, porque al instante compareció, como un ángel guardián impidiendo el paso con un revoloteo de toga negra en vez de alas blancas, un suplicante, plateado y amable caballero, que lamentó en voz baja, mientras me echaba hacia atrás, que las señoras no podían entrar en la biblioteca si no iban acompañadas por un Miembro del Colegio o provistas de una carta de presentación.
Estamos en el capítulo I, el más poético de todos, el que empieza a abrir la cuestión y deja asomar un sentimiento terrible que se va abriendo ante el tema: la ira.
Que una mujer haya maldecido una biblioteca famosa es algo que a una biblioteca famosa le deja del todo indiferente. Venerable y tranquila, con todos sus tesoros bien encerrados en su seno, duerme plácidamente y, si de mí depende, seguirá durmiendo para siempre. Nunca volveré a despertar estos ecos, nunca volveré a pedir esta hospitalidad, –me prometí, mientras bajaba furiosa las escaleras–.
El capítulo avanza sobre la idea de que las mujeres están condenadas a la pobreza, primero material y luego simbólica, en consecuencia. Reflexiona sobre el hecho de que la mujer es reducida a un cuerpo doméstico que solo podrá tener hijos y ocuparse de la casa y que quedará excluido de libertades y derechos. Incluso se refiere a las leyes de 1870 y 1882 como cierto avance, pues antes de ellas, las mujeres no ganaban dinero, o si lo ganaban no podían disponer de él. De pobreza nos habla esta narradora mujer, pero con un léxico riquísimo, con la fortuna de las imágenes, con narrativa millonaria:
[…] y pensé en los curiosos señores mayores que había visto por la mañana, con borlas de pieles encima de los hombros […] y en las puertas cerradas de la biblioteca; y pensé en lo desagradable que es estar excluida; y pensé en que tal vez sea peor ser metida dentro; y, pensando en la seguridad y la prosperidad de un sexo y en la pobreza y la inseguridad del otro, y en el efecto de la tradición y de la falta de tradición en la mente de un escritor o escritora, pensé, finalmente, que ya era hora de enrollar la piel ajada del día, con sus argumentos, sus impresiones, su rabia y su risa, y tirarla al seto. Mil estrellas brillaban por la azul desolación del cielo. Me parecía estar sola con una sociedad inescrutable. Todos los seres humanos se habían echado a dormir: tumbados, horizontales, mudos. Nadie parecía moverse en las calles de Oxbridge. […] ni un portero quedaba para iluminarme el camino a la cama. Tan tarde era.
Las mujeres y la pobreza
El libro avanza y la narradora va, no tanto despejando dudas como sí abriendo preguntas: ¿por qué los hombres beben vino y las mujeres agua?, ¿por qué un sexo es tan próspero y el otro tan pobre?, ¿cuáles son las condiciones necesarias para la creación de obras de arte?, ¿por qué los hombres escriben sobre las mujeres pero las mujeres no escriben (por suerte) sobre los hombres?, ¿por qué son pobres las mujeres? Y entonces la narradora gira un poco el foco de su investigación y cambia el título Las mujeres y la novela (título de la conferencia que la narradora debe dar y que la lleva a estas investigaciones) por Las mujeres y la pobreza.
Quizá una respuesta posible a esa última pregunta sea la afirmación categórica de que «Inglaterra está bajo el dominio del patriarcado». Para llegar a esa conclusión, la narradora no necesita días encerrada en una biblioteca (que tal vez le es prohibida) investigando; le basta, en cambio, con hojear el diario. El dominio del patriarcado está en la vida cotidiana de la Inglaterra de esa época (y un siglo más tarde todavía leemos algo así, a veces, cuando leemos el diario).
Es siguiendo esta línea como la narradora llega a sostener una de las ideas más potentes del libro: que si Shakespeare hubiese nacido mujer, no habría sido Shakespeare.
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‘No, mamá, no’ de Verity Bargate
En 1978 se publicaba No, mamá, no de la autora inglesa Verity Bargate. En 2017 la editorial española Alba lo publica. Algunas cosas han cambiado entre la década del setenta y la actualidad, pero otras todavía (nos) suenan tanto… No, mamá, no es una novela sobre la maternidad y la mujer, que retrata una sociedad por y para los hombres.
La novela comienza cuando la narradora recibe a su segundo hijo. Lo coge en brazos y no siente nada. Nada. Luego se lo devuelve al médico, se lo llevan, ella pide permiso para fumar pero se lo niegan, su marido llora porque fue niño y no niña, ella le sugiere a él que se vaya a casa a descansar, lo envidia por tener sentimientos, se enciende finalmente un cigarrillo y compara a su bebé con una berenjena pasada.
Ella también lamenta que su segundo hijo haya sido de sexo masculino. Y desde este punto se desprende el resto del tejido de la trama, que confecciona un entramado de causalidades donde la infancia y la sociedad patriarcal, sobre todo, son las agujas. Que no solo tejen: pinchan.
Más tarde, a la hora de la visita, volvió David con los ojos todavía un poco llorosos. Le envidié el lujo de sentir algo, aunque sospeché que su sufrimiento respondía sobre todo a que habíamos leído en alguna parte que si se hace mucho el amor hay más probabilidades de tener una niña; cuanto más se folla, más débil es la eyaculación, y las hembras, más fuertes que los machos, tienen mayores posibilidades de llegar primero hasta el óvulo y fecundarlo. En otras palabras, su pena parecía tener un fundamento bastante machista.
El cuerpo extraviado
Lamentablemente, aun hoy está presente, en el colectivo imaginario y sin imaginación sino en lo concreto también, esa cosa utilitaria del cuerpo femenino cuando está en función de la maternidad. Digo cosa y digo en función de porque eso es lo que hace: cosificar algo que es humano, hacerlo “útil” como si fuera un electrodoméstico. Todavía hoy. ¡Pero es cuerpo! ¿Hay que gritarlo, todavía hoy?
La narradora padece esto: su cuerpo le es arrebatado por/en nombre de la maternidad. Mujer envase (embarazada), mujer grifo (amamantando), mujer madre: consagración (dice la RAE: Consagración: 1. f. Acción y efecto de consagrar. Digo yo: cosangrar). Es la década del setenta, pero qué suerte que el libro se publique en España hoy.
Oí cómo la enfermera le recordaba a la doctora quién era yo, una vez que la enfermera de guardia se lo hubo recordado a ella. La oí exclamar que esta madre era tan buena madre que había dado de mamar al niño e incluso se sacaba la leche sobrante para donarla a la unidad de prematuros y pensé que quizá las ascendían si superaban la media nacional y conseguían tener más de un determinado porcentaje de madres que amamantaban a sus hijos. Yo era un dato estadístico que podía serle útil en su carrera. Entonces grité que cada vez que le daba el pecho al niño me entraban ganas de vomitar; que me daba asco; que me sentía como una vaca o una máquina ordeñadora. La doctora me preguntó si era actriz o modelo y comprendí que pensaba que era una puta.
Pero a la narradora le es extraviado su cuerpo no solo por sus hijos o por la maternidad, sino también por la función-demanda del hombre, que es su pareja:
Yo continuaba perdiendo sangre y agradecía esa pequeña bendición; David sentía la aversión del varón medio por la sangre. De no haber sido por eso, estuviera o no estuviera loca, habría esperado que le ofreciera el único tipo de consuelo que había conocido en su vida y el único que yo era capaz de darle. Volvía cada vez más tarde y generalmente yo ya estaba dormida en el cuarto de los niños cuando él llegaba a casa.
El cuerpo de esta mujer, entonces, es un cuerpo que le fue usurpado por la sociedad, por los roles, por lo que se espera de él. No hay propiedad, no hay humanidad, hay función. Cuerpo para el sexo, cuerpo para parir. El deber del cuerpo:
Me entretuve un buen rato en el baño, con la esperanza de que, cuando hubiera acabado, David estuviera dormido. Estaba completamente despierto y cuando se me acercó pensé que al menos esa vez no tendría que sentirme culpable, pues no disfrutaría. Los sentimientos de culpa estaban reservados para el placer; eso era un deber.
Y así ocurrió por primera vez en varias semanas. Me gustaría poder decir que hicimos el amor, pero no quedaba ningún amor por hacer.
Pero todavía no llegamos ni al capítulo V de esta novela de un total de XXV a lo largo de los cuales si se teje su entramado es con carne, no con lana.
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‘Una muerte muy dulce’ de Simone de Beauvoir
En 1964 Simone de Beauvoir publica Una muerte muy dulce, libro en el que narra la agonía y muerte de su madre, víctima de un cáncer que nunca llegó a saber que tenía. Los temas de la vejez y la muerte, tan recurrentes en la obra de la autora, se hacen carne también en este libro que despelleja el alma.
Narrar la muerte de la madre. O: el libro sobre la madre. Hay un listado muy largo de textos al respecto. Se me ocurren ahora: Mi madre, de Richard Ford; También esto pasará, de Milena Busquets; Nadar en un mar de muerte, de David Rieff; Nada se opone a la noche, de Delphine de Vigan, Carta a mi madre, de George Simenon… Algunas obras se centran más en la relación madre-hija o madre-hijo; otras, en la narración de la enfermedad; y en el dolor, en las preguntas, en los reproches; y en la muerte; en la vida.
Una muerte muy dulce es una novela desgarradora. Simone de Beauvoir narra allí la agonía de su madre en el hospital hasta el día de la muerte, así como el cansancio suyo y de su hermana (Simone y Poupette, así nombradas en la novela, con las identidades reales).
El libro comienza con una caída de la madre y una fractura de fémur como consecuencia. Este accidente es el que les abre las puertas del hospital, unas puertas que no van a cerrarse sino hasta que por ellas salga la madre muerta, y de cáncer.
Poco antes de las ocho, un furgón negro se detuvo en la calle desierta: antes del amanecer había ido a la clínica a buscar el cuerpo de mamá que habían sacado por una puerta trasera.
Desde el comienzo y hasta el final avanzamos junto a la evolución de la catástrofe: primero, un drama óseo; luego, la noticia (dada solo a las hijas) de que hay un tumor en el intestino; después los dolores, a los que les siguen los delirios, las pesadillas, las alucinaciones, los miedos, el terror, y una mano de hija tratando de calmarlos, y otra hija con su mano menos certera; las complicaciones propias de una internación: las escaras hasta un cuerpo despellejado; las inyecciones, las agujas que no encuentran venas y desparraman líquido que pintarán de morado unos brazos nulos; los gritos; el llanto; la súplica por más morfina; la agonía, y la muerte. Pero muy dulce, claro: después del sufrimiento, solo queda ser muy dulce.
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‘Van Gogh. La vida’ de Steven Naifeh y Gregory White-Smith
La biografía de Steven Naifeh y Gregory White-Smith publicada en 2011 se ha convertido en un título fundamental para entender la vida, la psicología y la obra de Vincent Van Gogh.
Los autores han formado un tándem de biógrafos muy reconocido en su campo. Ya en 1989 recibieron su primer Premio Pulitzer por la biografía del pintor abstracto norteamericano Jackson Pollock y la obra que aquí estamos comentando les valió su segundo Pulitzer.
Esta es la última gran biografía publicada sobre el pintor de los Girasoles que viene a sumarse a muchos otros estudios, que desde principios del siglo XX, han intentado acercarse a la personalidad de Vincent Van Gogh. Desde La folie de Vincent Van Gogh de Victor Doiteau (1928), pasado por History of Post-Impressionism: From van Gogh to Gauguin (1956) de John Rewald, hasta ensayos más recientes como los de Robert Hughes.
La biografía Van Gogh: La vida es fruto de 10 años de investigación que los autores realizaron teniendo un acceso privilegiado a los archivos y a los especialistas del Museo Van Gogh de Amsterdam. Esto les ha permitido escribir una biografía singularmente exhaustiva y en la que dedican especial atención a explicar el impacto psicológico que los avatares de la vida de Vincent tuvieron en su personalidad y en su obra.
Los autores describen con profundidad la historia y el entorno familiar en el que nacieron los hermanos Van Gogh (pues la historia de uno no se puede contar sin el otro) o el carácter psicológico que desde muy pronto definió al pequeño Vincent: apasionado de la naturaleza y de la soledad (quizá lo que hoy día conocemos como una personalidad introvertida) al tiempo que adorador de la unidad familiar. Al menos así fue hasta que a la edad de 11 años es separado del hogar por sus padres, que le enviaron a un internado. Vincent siempre tuvo nostalgia de la vida familiar de su infancia y de los brezales de brabante, a los que nunca consiguió regresar plenamente.
Este es el destino impuesto por sus padres al que intenta adaptarse. Tras cuatro años en los dos internados en los que estuvo, en ocasiones siendo un alumno competente pero en otras un joven hastiado, de ser un alumno que por su rebeldía no terminó la educación secundaria, su padre decide enviarle a trabajar a la empresa Goupil & Co. dedicada a la venta de arte en la que su hermano –el tío de Vincent– era socio.
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