Publicaciones sobre Diarios y Cartas

‘Diarios’ de John Cheever

Los ‘Diarios’ de John Cheever dejan traslucir su capacidad como narrador de sí mismo en medio de un mundo social y, en particular, familiar que se desmoronaba sobre todo a partir de su rol como escritor, esposo, amante y padre.

‘El Crack-Up’ de Francis Scott Fitzgerald

El Crack-Up es una recopilación de ensayos, apuntes, reflexiones, correspondencia y artículos que escribió Scott Fitzgerald. Es una lectura imprescindible no sólo para los apasionados de Fitzgerald, si no para cualquier amante de lo literario.

Si Francis Scott Fitzgerald ha pasado a la historia siendo conocido por algo ha sido por narrar de forma magistral los felices años 20: “la Era del Jazz”.

Gracias a su primera novela, publicada con tan sólo 24 años, titulada A este lado del Paraíso, Fitzgerald se erigió en portavoz de una generación de jóvenes norteamericanos y, lo más importante, asentó su pluma en lo alto de la jerarquía de las letras norteamericanas. Desde entonces y hasta el momento de su muerte se sucedieron tres novelas más –además de una inacabada, la que podría haber sido su obra maestra–; incontables relatos en publicaciones de la talla de The New Yorker o el Saturday Evening Post y, una gran cantidad de artículos. De éstos, aquellos que se publicaron en Esquire uniendo una mezcla de narración e investigación de la vida propia, son los que dan sentido a esta obra.

Sin embargo, como ya hemos indicado, El Crack-Up no sólo se compone de estos ensayos sobre el estado de las cosas durante ese año 1936 en el que Scott Fitzgerald tocó fondo en lo personal. Esta es una obra heterogénea, y encontramos desde la maravillosa correspondencia de Scott con su hija Frances, tres ensayos de personalidades del mundo literario de la época tan relevantes como John Pale Bishop o John Dos Passos, pasando por un gran cajón de sastre donde podemos entrar en el taller de creación del autor de Saint Paul.

En este espacio vamos a intentar transmitir todo aquello que el escritor que está detrás de El gran Gasby tenía en su atormentada cabeza. Todo aquello que Edmund Wilson, amigo de Scott y editor, consideró reunir como digno de representar el epitafio de esta personalidad legendaria, que vivió y contó como nadie la realidad norteamericana durante los años que el destino consideró a bien mantenerlo entre nosotros.

El Crack-Up

Claro, toda vida es un proceso de demolición, pero los golpes que llevan a cabo la parte dramática de la tarea—los grandes golpes repentinos que vienen, o parecen venir, de fuera—, los que uno recuerda y le hacen culpar a las cosas, y de los que, en momentos de debilidad, habla a los amigos, no hacen patentes sus efectos de inmediato. Hay otro tipo de golpes que vienen de dentro, que uno no nota hasta que es demasiado tarde para hacer algo con respecto a ellos, hasta que se da cuenta de modo definitivo de que en cierto sentido ya no volverá a ser un hombre tan sano. El primer tipo de demolición parece producirse con rapidez, el segundo tipo se produce casi sin que uno lo advierta, pero de hecho se percibe de repente.

Con estas arrolladoras palabras Francis Scott Fitzgerald, el que fue el príncipe de las letras norteamericanas, sumido en el cenit de su propio declive comienza su artículo titulado El Crack-Up, que da nombre al libro que hoy tenemos entre manos y que se nos ofrece en séptimo lugar en este compendio de destellos de inteligencia fitzgeraldiana.

La certera inteligencia del autor continúa este alegato de vida y salvación con una reflexión sobre la inteligencia misma:

Antes de seguir con este relato, permítaseme hacer una observación general: la prueba de una inteligencia de primera clase es la capacidad para retener dos ideas opuestas en la mente al mismo tiempo, y seguir conservando la capacidad de funcionar. Uno debería, por ejemplo, ser capaz de ver que las cosas son irremediables y, sin embargo, estar decidido a hacer que sean de otro modo.

Esta dicotomía es la que brilla en la prosa de Fitzgerald, tanto a nivel expresivo –capaz de llevar la alta literatura a las publicaciones de tirada masiva– como a nivel personal y conceptual –siendo capaz de escribir reflexiones positivas sobre la vida y el paso del tiempo poco después de hacerse presente en el texto como protagonista de aquel proceso de demolición–.

Durante esta primera parte del libro encontramos una disertación en tres partes sobre la decadencia y la ruptura de la sociedad americana tras el Crack del 29, de la literatura y del propio autor. Algo que queda perfectamente reflejado en fragmentos como éste:

Una noche de cansancio y desesperación hice mi maleta y me fui hasta un sitio situado a más de mil kilómetros para pensar en ello. Tomé una habitación de a dólar en un pueblo triste donde no conocía a nadie y gasté todo el dinero que llevaba encima en un surtido de carne en lata, galletas saladas y manzanas. Pero no me dejen sugerir que el cambio de un mundo más bien lleno de cosas a un relativo ascetismo era una Búsqueda Magnifica —yo sólo quería tranquilidad absoluta para pensar en por qué se había desarrollado en mi una actitud triste hacia la tristeza, una actitud melancólica hacia la melancolía y una actitud trágica hacia la tragedia—, por qué había llegado a identificarme con los objetos de mi horror o compasión.

¿Parece una distinción sutil? No lo es; una identificación semejante supone la muerte de todo logro.

Los cuadernos

Sin embargo, no todo en este compendio que encontramos en la presente obra nos lleva en esta dirección, y éste es el encanto de la misma.

Unas páginas después de terminar sus ensayos más o menos breves sobre la vida y su posición al respecto de ella encontramos un descubrimiento quizá más apasionante todavía: sus cuadernos.

De acuerdo a Edmund Wilson, editor original de la obra, Fitzgerald había admirado los cuadernos de trabajo de Samuel Butler, y se dedicó a recopilar los suyos una vez vio avanzada su carrera. En ellos, clasificados en categorías como “Anécdotas” “Aleluyas y canciones” “Ideas” o “Disparates y frases sueltas” encontramos un manojo de curiosidades que se pueden leer de forma dispersa o ordenada, como los mejores libros de greguerías o poemas.

Como en aquella escena de Tiempos modernos de Chaplin, en la cual disfrutábamos de un recorrido agridulce por el sistema de producción fordiano, en esta sección podemos atrevernos a entrar en los engranajes de la mente del Scott Fitzgerald escritor. Unos engranajes creativos que nos permiten, una vez habiendo leído suficiente, instalarnos cómodamente –no como el pobre Chaplin– en la mente de uno de los grandes escritores del siglo XX.

En esta manera de trabajar nos damos cuenta que la creación para el autor del medio oeste norteamericano viene dada desde una observación constante que el mundo que le rodea, y, a partir de ahí, descubre al lector en sus historias ese algo que distingue a los grandes autores y que no es más ni menos que lo que late en algún lugar oscuro del subconsciente y que lo conecta irremediablemente a la vida.

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‘Cartas a un joven poeta’ de Rainer Maria Rilke

Las Cartas a un joven poeta que Rilke escribió para Franz Xavier Kappus entre 1903 y 1904 son un clásico del género epistolar y del pensamiento sobre la vocación literaria. En ellas encontramos el talento de un escritor que ha interiorizado profundamente su ámbito de creación y trasmite sus percepciones con la vitalidad y la elegancia de una prosa epistolar que responde al momento, sin por ello perder relevancia y profundidad.

La comunicación epistolar es una práctica perdida en este presente de imágenes y palabras diluidas en el fluir digital. Algo tenía la contingencia del papel y la pluma, o la simple ausencia de otros medios, que obligaba al escritor de cartas a ser más reflexivo para conseguir trasmitir con máximo efecto su sentir por medio de la palabra escrita. Entonces las cartas obligaban al escritor esporádico o experimentado a sopesar la eficacia y el poder de las palabras escogidas para comunicar del mejor modo posible nuestras circunstancias y sentimientos. De este constante ejercicio de lectura y escritura podía surgir el gusto con el que escribir mejor, con el que valorar más conscientemente nuestras circunstancias. Los epistolarios seguramente serán a partir de la era digital, en la que ya nos encontramos plenamente, géneros del pasado o al menos textos mucho más raros de encontrar.

Rilke escribió a Kappus nueve cartas a lo largo de los dos años en los que se desarrolló lo fundamental de esta testimonio epistolar, que fue publicado 20 años después, hasta convertirse en un clásico. Entre febrero de 1903 y diciembre de 1904, el autor de las Elegías a duino se encontraba viajando, no sólo físicamente, sino también literariamente. Kappus acababa de cumplir 20 años cuando escribió a un Rilke que ya rondaba los 28. Uno iniciaba sus años de aprendizaje y el otro empezaba a salir de ellos, ya dueño de un poderoso talento literario.

La primera carta fue enviada desde París, las siguientes desde Italia –desde Viareggio primero y Roma después– en la primavera de 1903, pasando brevemente por Bremen. En la primavera siguiente, en mayo de 1904, Rilke aún seguía en Roma, bajo el sol meridional. La última carta, que cierra el círculo, fue enviada desde París en diciembre de 1908 como saludo y recuerdo tras años de silencio.

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