‘No, mamá, no’ de Verity Bargate

En 1978 se publicaba No, mamá, no de la autora inglesa Verity Bargate. En 2017 la editorial española Alba lo publica. Algunas cosas han cambiado entre la década del setenta y la actualidad, pero otras todavía (nos) suenan tanto… No, mamá, no es una novela sobre la maternidad y la mujer, que retrata una sociedad por y para los hombres.

La novela comienza cuando la narradora recibe a su segundo hijo. Lo coge en brazos y no siente nada. Nada. Luego se lo devuelve al médico, se lo llevan, ella pide permiso para fumar pero se lo niegan, su marido llora porque fue niño y no niña, ella le sugiere a él que se vaya a casa a descansar, lo envidia por tener sentimientos, se enciende finalmente un cigarrillo y compara a su bebé con una berenjena pasada.

Ella también lamenta que su segundo hijo haya sido de sexo masculino. Y desde este punto se desprende el resto del tejido de la trama, que confecciona un entramado de causalidades donde la infancia y la sociedad patriarcal, sobre todo, son las agujas. Que no solo tejen: pinchan.

Más tarde, a la hora de la visita, volvió David con los ojos todavía un poco llorosos. Le envidié el lujo de sentir algo, aunque sospeché que su sufrimiento respondía sobre todo a que habíamos leído en alguna parte que si se hace mucho el amor hay más probabilidades de tener una niña; cuanto más se folla, más débil es la eyaculación, y las hembras, más fuertes que los machos, tienen mayores posibilidades de llegar primero hasta el óvulo y fecundarlo. En otras palabras, su pena parecía tener un fundamento bastante machista.

El cuerpo extraviado

Lamentablemente, aun hoy está presente, en el colectivo imaginario y sin imaginación sino en lo concreto también, esa cosa utilitaria del cuerpo femenino cuando está en función de la maternidad. Digo cosa y digo en función de porque eso es lo que hace: cosificar algo que es humano, hacerlo «útil» como si fuera un electrodoméstico. Todavía hoy. ¡Pero es cuerpo! ¿Hay que gritarlo, todavía hoy?

La narradora padece esto: su cuerpo le es arrebatado por/en nombre de la maternidad. Mujer envase (embarazada), mujer grifo (amamantando), mujer madre: consagración (dice la RAE: Consagración: 1. f. Acción y efecto de consagrar. Digo yo: cosangrar). Es la década del setenta, pero qué suerte que el libro se publique en España hoy.

Oí cómo la enfermera le recordaba a la doctora quién era yo, una vez que la enfermera de guardia se lo hubo recordado a ella. La oí exclamar que esta madre era tan buena madre que había dado de mamar al niño e incluso se sacaba la leche sobrante para donarla a la unidad de prematuros y pensé que quizá las ascendían si superaban la media nacional y conseguían tener más de un determinado porcentaje de madres que amamantaban a sus hijos. Yo era un dato estadístico que podía serle útil en su carrera. Entonces grité que cada vez que le daba el pecho al niño me entraban ganas de vomitar; que me daba asco; que me sentía como una vaca o una máquina ordeñadora. La doctora me preguntó si era actriz o modelo y comprendí que pensaba que era una puta.

Pero a la narradora le es extraviado su cuerpo no solo por sus hijos o por la maternidad, sino también por la función-demanda del hombre, que es su pareja:

Yo continuaba perdiendo sangre y agradecía esa pequeña bendición; David sentía la aversión del varón medio por la sangre. De no haber sido por eso, estuviera o no estuviera loca, habría esperado que le ofreciera el único tipo de consuelo que había conocido en su vida y el único que yo era capaz de darle. Volvía cada vez más tarde y generalmente yo ya estaba dormida en el cuarto de los niños cuando él llegaba a casa.

El cuerpo de esta mujer, entonces, es un cuerpo que le fue usurpado por la sociedad, por los roles, por lo que se espera de él. No hay propiedad, no hay humanidad, hay función. Cuerpo para el sexo, cuerpo para parir. El deber del cuerpo:

Me entretuve un buen rato en el baño, con la esperanza de que, cuando hubiera acabado, David estuviera dormido. Estaba completamente despierto y cuando se me acercó pensé que al menos esa vez no tendría que sentirme culpable, pues no disfrutaría. Los sentimientos de culpa estaban reservados para el placer; eso era un deber.

Y así ocurrió por primera vez en varias semanas. Me gustaría poder decir que hicimos el amor, pero no quedaba ningún amor por hacer.

Pero todavía no llegamos ni al capítulo V de esta novela de un total de XXV a lo largo de los cuales si se teje su entramado es con carne, no con lana.

El costurero

Hay un elemento muy significativo en la novela que es una maletita de cartón a modo de costurero. Aparece por primera vez en el capítulo II y cobra total importancia tras el giro de la novela, cuando la narradora empieza a frecuentar la playa para visitar a una amiga de la facultad. Esa maletita es una especie de costurero donde ella guarda ropita de bebé para niñas y unas tijeritas, a las que se refiere como «talismán de mi niñez». Ella se aferra a estos elementos, que son los que más adelante le permitirán transformar una realidad insufrible.

Me metí en el baño y, desde el lado de la bañera, alargué la mano para coger la maletita de cartón que tenía en el estante de arriba. Me la llevé al dormitorio y la abrí. Extendí todo lo que guardaba encima de la cama en pilas ordenadas y el llanto cesó. Aquí, los vestiditos victorianos cosidos a mano, allí las suaves enagüitas de algodón, dos capitas de terciopelo muy antiguas, diminutas, más allá una pulserita de plata, una muñeca de porcelana resquebrajada y muy delicada, un chal que casi se caía en pedazos y, por último, un par de minúsculas tijeritas.

Desde esta escena hasta la escena final (maravillosa y sorprendente) donde aparecen otras tijeras, diferentes y grandes, la trama se entreteje a partir de este elemento mágico-significativo que es la llave para pasar del agobio a la felicidad. Pero al mismo tiempo, este costurero es el anclaje con la infancia y en ese sentido hace de puente en este viaje a las causalidades donde la infancia y la madre (¡cómo no!) son las protagonistas:

De niña las cogía [la narradora está refiriéndose a las tijeritas] cuando me sentía triste y entonces nada parecía ya tan doloroso. Me hacían sentirme a salvo. Toda mi vida, desde el día en que las fabriqué, siempre supe dónde estaban. He perdido muchas cosas en mi vida, pero nunca mis tijeras.

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