Natalia Ginzburg: Léxico, virtudes y palabras
Natalia Ginzburg es una de las voces más importantes de la literatura del siglo XX. Sus obras saben tratar lo cotidiano y lo familiar a la par que la guerra y lo intelectual.
Para hacer una trenza se necesitan tres parte que se irán entretejiendo alternativamente. Natalia Ginzburg (1916 – 1991) escribió varias obras entre los años cuarenta y setenta. Pero este artículo se propone trabajar, más bien trenzar, con tres de esas obras, publicadas de manera consecutiva. Me refiero a Las palabras de la noche (1961), Las pequeñas virtudes (1962) y Léxico familiar (1963). Léxico, virtudes y palabras: tres elementos para esta trenza que parecieran dejar de referirse a una parte de alguno de sus títulos para señalar directamente a ella, al valor literario de esta gran autora.
Dos de estas tres obras mencionadas tienen en común el hecho de trabajar con mucho material propio de la no-ficción. Me refiero a Las pequeñas virtudes y a Léxico familiar. Al mismo tiempo, de Léxico familiar y de Las palabras de la noche podemos afirmar que se trata de novelas en ambos casos; mientras que Las pequeñas virtudes es un libro que reúne ensayos breves que la escritora había ya publicado en periódicos o revistas. Los primeros ensayos que nos ofrece Las pequeñas virtudes, más que los de la segunda parte, guardan una estrecha relación con Léxico familiar en cuanto a los temas que ambas obras abordan: la guerra, sobre todo; la presencia de la figura de Cesare Pavese; el exilio y el pueblo para el exilio; el mundo editorial y laboral, y los vínculos afectivo-intelectuales. Las palabras de la noche, por su parte, se cruza muy bien con Léxico familiar en tanto ambas retratan la vida familiar y de pueblo; los códigos léxicos que se establecen al interior del hogar; las pequeñas cosas cotidianas (casi como pequeñas virtudes) que hacen a una vida ordinaria con problemáticas mundanas aun en medio de situaciones límite. El sentido del humor, también, trabajado desde lo familiar, abunda en ambas. Y el relato doméstico, muchas veces en forma de chisme, es una constante en las tres y una, no pequeña, sino enorme virtud de esta autora el modo cómo lo trabaja.
De esta manera, una lectura consecutiva de las tres obras puede invitar a este entretejido o trenzado, nunca tirado de los pelos, sino por el contrario, bastante evidente y justificado. Vayamos por temas.
La guerra
Léxico familiar, que es una novela autobiográfica, cuenta mucho acerca de cómo la propia Natalia, pero también los miembros de su familia, vivieron o sufrieron la guerra. Exilios, persecuciones, muertes, pero también negación, imprudencias, desconocimiento. Este es un fragmento de ese libro, y se refiere a ella y a su marido durante las invasiones:
Cuando la invasión de Bélgica nosotros estábamos asustados, pero aún confiábamos en que el avance alemán se detuviera; y por la noche escuchábamos la radio francesa, esperando siempre alguna noticia tranquilizadora. Nuestra angustia aumentaba a medida que los alemanes avanzaban. Por la noche venían a casa Pavese y Rognetta, un amigo nuestro al que entonces veíamos a menudo. […] Rognetta decía que Alemania invadiría dentro de poco no sólo Francia e Italia, sino todo el mundo, por lo cual en él no quedaría ni un palmo de tierra donde sobrevivir.
En «El hijo del hombre», el primer texto de la segunda parte de Las pequeñas virtudes:
Para algunos, la guerra empezó sólo con la guerra, con las casas derrumbadas y los alemanes, pero para otros empezó antes, durante los primeros años del fascismo, y así, esa sensación de inseguridad y de continuo peligro es todavía más grande. El peligro, la sensación de tener que esconderse, la sensación de tener que dejar de repente el calor de la cama y de las casas, para muchos de nosotros empezó hace muchos años. Se insinuó en las distracciones juveniles, nos siguió hasta los pupitres de la escuela y nos enseñó a ver enemigos en todas partes.
Y en Las palabras de noche:
Durante la guerra nos evacuaron primero a Castello, y luego a Castel Piccolo, por miedo a que bombardearan el pueblo, por culpa de la fábrica. En Castello mi madre tenía pollos, pavos y conejos. Incluso había preparado una colmena. Pero debía tener algún defecto, porque las abejas se murieron todas, con la nieve.
El exilio
El exilio, como consecuencia nefasta de la guerra, está presente en todas las obras que estamos trenzando. La última cita de Las palabras de la noche se refiere a él. En Léxico familiar y en Las pequeñas virtudes aparece mucho más el tema. Veamos sendos ejemplos:
Un sábado Mario no vino de Ivrea, y tampoco apareció el domingo, pero mi madre no se preocupó, porque otras veces tampoco había venido. Pensó que se habría ido a Suiza a ver a aquella amante suya tan delgada. El lunes por la mañana vinieron Gino y Piera a decirnos que Mario había sido detenido con un amigo suyo en la frontera suiza. […] Mario ya había hecho bastantes viajes con Sion Segre entre Italia y Suiza para traer propaganda, y siempre le había salido bien. De ese modo se había ido confiando y llenando cada vez más el coche de propaganda y de periódicos, olvidando cualquier norma de prudencia. Cuando se tiró al río un policía desenfundó la pistola, pero otro le gritó que no disparase. Mario le debía la vida a este último. […] Pero mi padre estaba feliz de tener un hijo conspirador. No se lo esperaba, pues nunca había pensado que Mario pudiera ser un antifascista. […] Ahora Mario se había convertido en un famoso exiliado político. […] De cómo había vivido Mario durante esos años nos fuimos enterando por a poco […]. Durante el avance alemán se hallaba en París […]. Los alemanes avanzaban día a día, y Mario le dijo a Cafi que había que abandonar París, pero éste tenía un pie enfermo y no quería moverse. […] Por fin Mario convenció a Cafi de que se fuera. Dejaron París a pie, cuando los alemanes estaban ya a un kilómetro y era imposible encontrar un medio de transporte. […] avanzaban con una lentitud exasperante.
Y en «Invierno en los Abruzos» (Las pequeñas virtudes):
Yo les hablaba a los niños de nuestra ciudad. Eran muy pequeños cuando la dejamos, y no tenían de ella recuerdo alguno. Yo les decía que allá las casas tenían muchos pisos, que había muchas casas y muchas calles y muchas tiendas bonitas. […] El final del invierno despertaba en nosotros una especie de inquietud. Quizá alguien vendría a visitarnos: quizá por fin ocurriera algo. Nuestro exilio tenía que acabar alguna vez.
El exilio en Abruzzo
Natalia Ginzburg, junto a su marido, Leone Ginzburg, pasa su exilio en Abruzzo. Sobre esta experiencia trata el primer ensayo de Las pequeñas virtudes, llamado «Invierno en los Abruzos», recién citado. Pero también hay referencias a este momento dramático (aunque ella sea capaz de hablar de felicidad) en Léxico familiar:
Cuando Leone y yo vivíamos en el confinamiento, en Abruzzo, a mi madre le gustaba mucho venir a vernos. […] Cuando venía a vernos dormía en el hotel, pues en nuestra casa no había sitio. Era el único hotel del pueblo, y consistía en algunas habitaciones agrupadas en torno a una cocina, una parra, un huerto y una terraza; por la parte de atrás daba a los campos y a unas colinas bajas y desnudas azotadas por el viento. […] solíamos pasar los días en aquella cocina y en aquella terraza. […] Mi madre, lo mismo que nosotros, se había aprendido los apodos que solían dar en el pueblo a los confinados y a los paisanos. Los confinados eran muchos, y los había ricos y pobrísimos. Los ricos […] hacían la misma vida que los pobres y se sentaban unas veces en la cocina o en la terraza […] Después llegó el 25 de julio, y Leone dejó el confinamiento y se fue a Roma. Yo me quedé todavía allí. […] Me marché del pueblo el 1 de noviembre. Había recibido una carta de Leone […] en la cual me decía que abandonara el pueblo inmediatamente, porque allí era difícil esconderse y los alemanes nos identificarían y nos llevarían a otra parte. […] Al llegar a Roma respiré, y pensé que comenzaría una época feliz para nosotros.
Y en el ensayo:
Era un pueblo de albañiles, y algunas casas estaban construidas con gracia: tenían terrazas y columnitas como pequeñas villas, y sorprendía encontrar en ellas, al entrar, grandes cocinas oscuras con jamones colgados y amplios dormitorios míseros y vacíos. […] Cuando vine al pueblo del que hablo, al principio todas las caras me parecían iguales, todas las mujeres se parecían, ricas y pobres, jóvenes y viejas. […] Lo nuestro era un exilio: nuestra ciudad estaba lejos, y lejos estaban los libros, los amigos, las vicisitudes varias y cambiantes de una verdadera existencia. […] Mi marido murió en Roma en la cárcel de Regina Coeli, pocos meses después de que dejáramos el pueblo. […] Pero aquella fue la mejor época de mi vida, y sólo ahora que ha pasado para siempre, sólo ahora, lo sé.
Escritura y posguerra
Tanto Léxico familiar como Las pequeñas virtudes, que son, de entre los tres textos que estamos tratando, los dos que claramente trabajan con material autobiográfico, reflexionan sobre los efectos de la guerra en la creación literaria. El horror en la escritura. Casi, la obligación ética de la memoria y la palabra en el escritor. Escritores de posguerra, de eso hablan. De una generación que vio el horror y ya no puede, no quiere, callar.
Dice en «El hijo del hombre», primer ensayo de la segunda parte de Las pequeñas virtudes:
Todavía hay quien se queja de que los escritores utilicen un lenguaje amargo y violento, de que cuenten cosas duras y tristes, de que presenten la realidad en sus términos más desolados. Nosotros no podemos mentir en los libros ni podemos mentir en ninguna de las cosas que hacemos. Acaso sea el único bien que nos ha traído la guerra. No mentir y no tolerar que nos mientan los demás. Así somos ahora los jóvenes, así es nuestra generación. Los que son mayores que nosotros siguen muy enamorados de la mentira, de los velos y de las máscaras con que se cubre la realidad. Nuestro lenguaje los entristece y los ofende.
Y en Léxico familiar:
La posguerra fue una época en que todos creían ser poetas, y todos pensaban ser políticos. Después de tantos años en que pareció que el mundo había quedado enmudecido, petrificado, y en que la realidad había sido observada como desde el otro lado de un cristal, en una vítrea, cristalina y muda inmovilidad, todos imaginaron que se podía y se debía hacer poesía de todo. Durante los años del fascismo, los novelitas y los poetas se habían quedado faltos de palabras, pues a su alrededor no había muchas que estuviera permitido usar […]. Durante la época del fascismo los poetas habían expresado tan sólo el mundo árido, cerrado y sibilino de los sueños. Ahora volvía a haber muchas palabras en circulación, y la realidad se ofrecía de nuevo al alcance de la mano.
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