‘Nocturno de Chile’ de Roberto Bolaño

Nocturno de Chile (2000) de Roberto Bolaño presenta el punto de vista de un sacerdote cómplice con respecto a la dictadura de Pinochet. La historia remite a un pasado reciente que, sin embargo, pone de manifiesto denuncias actuales que nos interpelan a todos.

En el 2000 Roberto Bolaño escribe su séptima novela que se centra en la confesión perturbada del sacerdote Sebastián Urrutia Lacroix, quien también es un crítico literario que se apoda a sí mismo H. Ibacache. Esta relación sugiere también la complicidad que la literatura y los literatos chilenos tuvieron con la dictadura de Pinochet, que al igual que el clérigo, optaron por el silencio y la indiferencia frente a los mecanismos del horror. No es la primera vez que el escritor retoma en su literatura esta temática; también, su cuarta novela Estrella distante (1996), texto que inicia la publicación regular en la editorial Anagrama, explora esta época histórica de Chile. Sin embargo, aunque esta novela tuvo repercusión entre el público, su gran reconocimiento se produjo por otros textos como Los detectives salvajes (1998) y, la póstuma, 2666 (2004) en los que se presentan otros escenarios y argumentos.

El contexto de producción de su séptimo trabajo estuvo enmarcado por una serie de polémicas que surgieron tras los comentarios negativos de Bolaño hacia reconocidos escritores chilenos en la revista Ajoblanco y que evidencia la relación hostil que mantenía con algún sector de la intelectualidad chilena. No es casual que en este texto no utilice su alter ego, Arturo Belano; actitud que lejos de despistar pone en escena la tensión entre ser parte o no de la actitud repudiable que se narra. De esa manera, abordar Nocturno de Chile es involucrarse con el pasado histórico y personal del autor, que casi no vivió en Chile, y que bien nos permite reflexionar y comprender su imagen íntegra de intelectual. En ese sentido, el hecho de que el escritor haya estado alejado de su país de origen evidencia una actitud que, ¿es ajena a la denuncia que genera su novela? Tal vez, el texto desmantele no sólo una crítica a los letrados cómplices de su país, sino que permite entrever un complejo entramado de responsabilidades en los que Bolaño, en tanto literato chileno, ¿puede estar exento? Y, ¿nosotros? ¿Podemos nosotros estarlo de la perversión dictatorial?

Quizá, el logro de esta novela es generar interrogantes con respecto a los distintos grados y rasgos de la complicidad en las que los latinoamericanos nos sentimos inevitablemente interpelados por nuestras actitudes, incluso actuales, con respecto a la persistencia de un sistema represivo.

No amarás al prójimo

En el comienzo de Nocturno de Chile, el narrador protagonista nos advierte de su estado convaleciente y mediante la retrospección nos relata su vida; de cualquier forma, el relato se ve posibilitado en una especie de confesión o redención. Si bien el a lo largo de su vida tuvo una marcada postura en contra del gobierno de Allende y simpatizó y colaboró con la ideología propuesta por la dictadura de Pinochet, algo de esa actitud se vuelve tan infernal como los hechos de la historia que luego contará; su conciencia o «el joven envejecido» no parece dejarlo morir en paz, en ese sentido, se da inicio a la novela:

Ahora me muero, pero tengo muchas cosas que decir todavía. Estaba en paz conmigo mismo. Mudo y en paz. Pero de improviso surgieron las cosas. Ese joven envejecido es el culpable.

En un principio, Sebastián Urrutia Lacroix/H. Ibacache no puede intervenir en la realidad que lo acontece; la postura que adopta consiste en recluirse y negar la pobreza como el surgimiento de la ideología marxista en el gobierno chileno. En la novela, se pone de manifiesto, además de la represión y tortura del cuerpo marxista como formas de silencio o negación del mismo mediante el aparato estatal, el silencio del personaje principal que se vuelve un cómplice de la represión sistemática. Los paseos de Sebastián Urrutia Lacroix por los espacios chilenos, en los que incluso se pierde, se ven escandalosamente interrumpidos por la presencia de elementos que desmantelan un orden imperante en tanto que, para el padre del Opus Dei, los campesinos actúan como la invasión de su propia subjetividad. Cuando visita el fundo de Farewell, el crítico literario con el que parece tener ciertos acercamientos sexuales, el choque con la clase baja le recuerda que existe otra realidad de la que sólo puede sentir miedo y asco:

Más tarde salí a dar un paseo por los jardines del fundo. Creo que me perdí. (…) Golpeé y sin esperar respuesta entré a la cabaña. Alrededor de una mesa vi a tres hombres, tres peones de Farewell, y junto a una cocina de leña había dos mujeres, una vieja y la otra joven, que al verme se me acercaron y tomaron mis manos entre sus manos ásperas. Qué bueno que haya venido, padre, dijo la más vieja arrodillándose delante de mí y llevándose mi mano a sus labios. Sentí miedo y asco, pero la dejé hacer.

También, en la ciudad, el padre se dedicaba a caminar por la mañana hasta el centro de Santiago pero una vez fue interceptado por dos maleantes; a partir de ello, se recluye en «barrios menos peligrosos donde se pudiera contemplar la magnificencia de cordillera» para, de esa forma, poder seguir con sus caminatas. Sin embargo, el encierro se hace presente cuando el padre regresa de realizar el estudio sobre la conservación de iglesias en Europa y se encuentra con un Chile distinto al que él había dejado:

¿Cómo has podido cambiar tanto?, le decía a veces, asomando a mi ventana abierta, mirando el reverbero de Santiago en la lejanía. ¿Qué te han hecho? ¿Se han vuelto locos los chilenos? ¿Quién tiene la culpa?.

Has leído 957 de 2.515 palabras de este artículo

Para seguir leyendo te solicitamos una pequeña contribución con la que nos ayudarás a seguir publicando Clave de Libros

Después de realizar el pago podrás acceder a la versión completa del artículo y recibirás una copia del mismo en tu correo electrónico. Así podrás leerlo siempre que lo desees.

Deja un comentario