
En Ponche de ácido lisérgico, el icono del periodismo Tom Wolfe ‘se hace uno’ con el movimiento contracultural hippie de finales de los años 60 y desmiente el dicho de «una imagen vale más de mil palabras».
Si Tom Wolfe hubiera escrito este artículo sobre Tom Wolfe habría pasado varias jornadas de trabajo con Tom Wolfe: asistiendo a su rutina de trabajo, conociendo a sus amigos y familiares, bebiendo la marca de whisky que el bebía y aprendiendo cómo hablaba. En el caso de que Tom Wolfe estuviera muerto, tal y como por desgracia sucede, el trabajo de Tom Wolfe habría sido aún más espectacular. Tom Wolfe se las habría apañado para recomponer, mediante declaraciones de todos aquellos que pudieran conocerle, los días y las noches de Wolfe, su carácter y sus referencias estilísticas (esto es de lo más sencillo, solo hace falta husmear qué libros están más cerca de uno, en la mesita de noche, en la estantería próxima al sillón de lectura), el modelo de máquina de escribir que usaba y los días que pasó escribiendo la obra, desde que anotó el primer dato para construir esta novela de no ficción, hasta el día que puso el punto, o la coma, final.
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